▪️¿Dónde Está? ▪️

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Capítulo 3

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Elena llegó a la casa de Alcalde. No tenía de otra, se fue a una ventana donde sabía que estaban las otras mujeres del alcalde.

Tocó y tocó lo más suave que pudo con tal de despertar a alguna, hasta que una abrió la ventana.

—¿Elena? ¿Qué haces aquí? — miró a los lados.

—Tú sabes muy bien por que tuve que regresar, Lisa...

—Ay, Elena... es peligroso...

Elena se metió como pudo raspándose su rodilla.

—¿Dónde está? — preguntó agitada.

—El viejo la llevó a otra habitación... en la de arriba cerca de él.

Elena resopló angustiada, ideando qué hacer.

—Tengo que sacarla de aquí... — se fue donde era su cama, levantó el colchón y buscó uno de sus dos tesoros más grandes: Un dije de oro que tenia la mitad de una estrella.

—Regresa otro día, Elena...él tomó ayer, si despierta se pone loco, tú sabes como se pone.

—No me importa.

Elena se fue, y subió las escaleras lo más rápido y a la vez lo más silenciosa posible.

Entró a la habitación que Lisa le había indicado, y sonrió sintiendo al fin tranquilidad.

—Mi vida... — susurró al encontrarla dormida — mi amor... despierta... debemos irnos.

La bebé de cuatro añitos se removió asustada y pegó un grito. Elena le tapó la boca al instante.

—Soy yo, Sofi... es mamá, mi amor... tranquila... debemos irnos... levántate.

La pequeñita comenzó a sollozar. — Mami... voviste...

—Por supuesto, mi amor... por supuesto que volvería por ti.

Cuando ambas se levantaron, Elena se dió la vuelta con ella y sin darse cuenta, el Alcalde estaba parado en la puerta.

—Al parecer no puedes vivir sin mí, Elenita...

—Vengo por mi hija... ya no tenemos nada que hacer aquí... ella viene conmigo... no permitiré que me separes de ella.

El Alcalde se fue contra ella y la pequeña Sofía comenzó a gritar en llanto asustada.

—¡Suéltame, desgraciado! ¡Suéltame!

—Tú a mi no me dices que no puedo hacer — le abofeteó — Eres una simple esclava, ¡No vales nada!

La tomó del cabello y la llevó arrastrando hasta el primer piso.

El alcalde halló a sus mujeres afuera de la habitación.

—¡Qué miran ustedes! ¡Váyanse para adentro si no quieren que les haga lo mismo que le haré a esta estúpida!

Ellas entraron de nuevo sin objetar.

—¡Suéltame! ¡Yo ya no soy tu esclava! ¡No tienes derecho sobre mí!

El Alcalde carcajeó.

Con violencia, la coloco sobre la mesa boca abajo, le subió el vestido para pretender tomarla una vez más.

—Solo para esto sirves, Elenita... para complacerme a mí — bajándose su pantalón — para complacer a un hombre... hombres como yo.

—¡No! ¡No, por favor!

La Estrella Que Escondió Su Brillo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora