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—¿Pucey, huh?
Es la segunda vez que me hace el mismo sugerente comentario y recuerdo que termino en una gran discusión. Ruedo los ojos, hoy no estoy de humor y tampoco es el momento para discutir.
—Y a ti que te importa.
—Solo preguntaba —alza las manos inocentemente.
De inocente no tiene nada.
—¿Que le paso a Draco? —cambió de tema.
—No lo se, pero parecía bastante desesperado cuando me pidió que te buscara.
Me siento mal instantáneamente y Nott parece notarlo.
—Si, lo se —contesta seguro—. Estará bien, te tiene a ti y eso es más que suficiente.
Suspiro y lo miro fijamente.
—Gracias —dejó salir en un murmullo.
El simplemente me dedica una pequeña sonrisa y me sigue guiando el camino.
Una vez doblamos un pasillo, quedamos de frente ante una pared.
—¿La sala de Manesteres?
Asiente y segundos después una puerta aparece. Entro sin dudarlo y Nott me sigue.
—¿Dray?
Escucho un pequeño sollozo y me meto entre la cantidad de cosas que hay para encontrarlo acurrucado en el suelo abrazando sus rodillas. Al escuchar mi voz alza la mirada, y en el momento en que se encuentra con la mía parece derrumbarse.
Corro a su lado y lo abrazo. Dejo que se aferre a mi camisa y que entierre su cabeza en mi cuello mientras acaricio suavemente su rubia cabellera. Siento mis ojos llenarse de lagrimas al ver a mi mejor amigo en este estado.
—Tranquilo, cariño. Ya paso —beso su coronilla repetidas veces.
—No quise, Rosie —habla como puede en medio del llanto—. ¡Juro que no fue mi intención!
—Lo se, lo se —lo abrazo más fuerte si es posible.
Theodore, quien se había dedicado a mirar la escena, se acerca y se sienta al otro lado del rubio.
—Esta bien, amigo. Hiciste lo que tenías que hacer —pone su mano en su hombro para darle apoyo.
—Ya pasó, Dray. Ya esta.
—¿Que he hecho? —nos ignora.
Miro al castaño sin saber que más hacer o decir. La respiración de Draco se empieza a acelerar cada vez más y se empieza a ahogar. Se desespera y tira de su cabello mientras se balancea de adelante hacia atrás.
