5. Las preguntas correctas son las más difíciles

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Aún tenía la cabeza espesa como un barrizal y me costaba hilar conceptos. Poco a poco fui uniendo las piezas del puzle dentro de mi cerebro prodigioso. Recordé el incendio, recordé el humo, recordé al hombre alto y recordé el golpe en la cabeza y... No estaba muerto. Noté el tacto a seda bajo mis manos y un reconfortante almohadón de plumas bajo el cuello. Si el cielo existe, debería de ser así. Poco a poco abrí los ojos y vi que la luz limpia de la mañana se colaba por una ventana enorme. Intenté incorporarme y noté una punzada en el costado. Fui a examinarlo pero estaba firmemente vendado. También me toqué la cabeza y vi que tenía una venda apretada. Entonces mi cerebro hizo el favor de arrancar:

-¡Nala! -.

Intenté levantarme pero mis piernas fallaron y caí al suelo:

-No intentes moverte aún. Perdiste mucha sangre -.

Recorrí la sala en busca de aquella voz. Había un hombre sentado en la esquina de la habitación. Tenía la mirada perdida. La mirada... Unos ojos de un color que no podría describir con palabras:

-Dónde está -.

El hombre señaló la puerta que tenía al lado:

-Está en la habitación contigua. Respiró mucho humo, pero se pondrá bien -.

Intenté ponerme en pie de nuevo y me sujeté al pomo de la puerta con dificultad. Las piernas me temblaban y notaba un dolor sordo en el costado. El sudor perló mi frente. Poneos en mi lugar; Recién salido de un incendio, con un hombre desconocido y varias docenas de puntos entre las costillas y la cadera:

-Si sigues forzándote me veré obligado a atarte a la cama -.

El hombre hablaba con una calma total. Como la calma que se respira en un prado virgen. Por primera vez recaí en la presencia de aquel hombre:

-¿Quién es usted?  -.

El hombre se puso en pie y abrió la puerta. Antes de marcharse dijo:

-Esa no es la pregunta correcta -.

La puerta se cerró con suavidad y la habitación quedó sumida en silencio. Intenté caminar hasta la ventana y me apoyé en el alfeizar. Desde la ventana se veía una calle tranquila y soleada. Había un par de hombres comerciando con productos. Una anciana paseaba de la mano con un niño. No era una calle extraña, pero había algo extraño. Aquella no era mi ciudad:

-No puede ser... -.

La disposición de las calles en forma radial orientadas hacia el centro de la ciudad era típica de las ciudades del norte. Pero aquella ciudad no tenía muralla, no parecía una ciudad bélica, estaban acostumbrados a la paz. Eso era imposible, todas las ciudades del norte tenían muralla. Si me encontraba en e sur, ¿por qué la disposición radial?. No... Ninguna ciudad del sur estaba tan bien planificada. ¿Una nueva ciudad?, no... Padre siempre estaba al tanto de ese tipo de noticias, pero él no sabía nada. Miré el cielo con la intención de calcular la hora mediante la posición del sol. Entrecerré los ojos y... Nada. No había sol. No solo no estaba en mi ciudad, tampoco estaba en mi zona geográfica del mapa. 

Me retiré de la ventana y me tumbé en la cama tratando de pensar lo más rápido posible. Volví a juntar todas las piezas y analicé lo que ya sabía. Hacía unas horas estaba en mitad de un incendio en la novena casa de la cuarta calle de mi ciudad. Un hombre con aire desconocido está con Nala. Al sufrir una conmoción aparezco en una habitación desconocida con un hombre aún más desconocido. Me encuentro en otra ciudad y quien sabe si en otro mundo. Bien... ¿Quién es ese hombre?,¿a qué se refería con la pregunta correcta?,¿dónde estoy?,¿Nala estaba en el mismo edificio?. Demasiadas preguntas. Me incorporé de nuevo y caminé hacia la puerta con dificultad. Giré el pomo y al abrirla una ráfaga de aire glaciar me golpeó en la cara. El hueco de la puerta daba lugar a un precipicio monstruoso y oscuro. Al asomarme vi que no se veía el fondo, y un aire cavernoso rugía entre las rocas. Cerré la puerta con el corazón en un puño y me pegué contra ella de espaldas. Me dolía el costado. Decidí regresar a la cama y esperar. 

Cuando el cielo se volvía anaranjado mi puerta se abrió de nuevo. Un hombre con el pelo despeinado y de color blanco entraba sacudiéndose el agua de la ropa. Al mirarme con aquellos ojos de ningún color supe que se trataba del hombre del medio día. Cerró la puerta y se sentó en la silla:

-Y bien, ¿sabes ya la pregunta? -.

-¿Estoy muerto? -.

El hombre esbozó una sonrisa:

-No, no estás muerto. ¿Es esa tu pregunta? -.

Medité unos segundos más:

-¿Puedo ver a Nala? -.

El hombre ensanchó aún más su sonrisa:

-Eso depende de tu tercera pregunta -.

Entonces un interruptor dormido hizo "Click" en mi cabeza y todo encajó en  un momento:

-¿Es usted el caminante? -.

El hombre se puso en pie y abrió la puerta. Se quedó al lado de la puerta mirándome:

-Venga, ¿no quieres verla? -.

Al ponerme en pie vi que la puerta que horas antes daba hacia un precipicio abismal ahora solo daba a un pasillo bien iluminado. Al salir vi que estábamos en el pasillo de un hotel. El hombre cerró la puerta y abrió la de la habitación contigua. Al entrar en la habitación vi que Nala seguía dormida sobre los cojines. Me acerqué y le cogí la mano:

-Se pondrá bien. Pero tú aún tienes una cosa más por hacer -.

Si bien hasta aquí la historia no parece muy extraña es porque aún no había decidido unirme al caminante en sus viajes... Aún.

El mito del CaminanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora