3. La ilusión de un niño pequeño

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Si bien lo que pasó esa noche es difícil de recordar, no me cabía ninguna duda de que el caminante me había salvado. Me notaba pletórico y enérgico, pero esta alegría duraría poco. Sabía que deberían pasar varios meses hasta el próximo solsticio.

El paso de los meses vino acompañado de la mas grande de las ilusiones. Y la siguiente noche de solsticio la pasé durmiendo en la gran vía. No ocurrió nada. No dejé de desanimarme y seguí intentándolo al año siguiente, pero de nuevo el caminante no apareció. Ni al año siguiente, ni al año siguiente... . Perdí la cuenta de los años que estuve esperando.


Pero ser el heredero de una familia rica implica estudios estrictos. No me quedaba más remedio. Estudiaba varias horas al día, todos los días a la semana, todas las semanas de mi vida. En la academia era el mejor calificado en todas las materias. Mis padres estaban orgullosos de mi, pero yo seguía incompleto. Hacía años que no esperaba al caminante, y con el paso del tiempo me había planteado si todo aquello había sido una alucinación. Todo parecía demasiado irreal, algo se me escapaba... :

-... Will... -.

Algo hizo que esa noche el caminante apareciera:

-...Will... -.

¿Sólo se le aparecería a los niños?¿Habría pasado mi tiempo?:

-¡Will Brinson!, por el amor de dios -.

Aquellas palabras me sacaron de mis pensamientos:

-¿Si maestro Ram? -.

El maestro Ram lucía un uniforme sencillo de tela. Unas gafas empañadas y una calva incipiente:

-Supongo que estabas escuchando la lección, ¿por qué no nos ilustras con la naturaleza de la luz? -.

Me levanté de mi pupitre:

-Estudios demostraron que la luz se propaga como una onda. Pero al inferir en los cuerpos, lo hace como un corpúsculo. Esto se denomina Teoría corpuscular de la luz. Esta teoría es debida al carácter defraccionario de la luz al pasar por una rendija cuyo grosor es igual a la longitud de onda de... -.

El maestro Ram sacudió la mano:

-Es suficiente. Es correcto -.

Yo era listo, yo lo sabía y todos lo sabían. Un alumno prometedor, pero con demasiadas fantasías en la cabeza. Empecé a plantearme si lo que vi fue la ilusión de un niño pequeño.


A la salida de la academia me esperaba Nala, una compañera de pupitre y experta en química orgánica. Era mi mejor amiga, y, de lejos, la única persona en la que podía confiar. Ya había hablado en otras ocasiones del caminante con ella, y sabía la historia. De hecho, no existía otra historia. Pero le quitaba importancia. Ese día de camino a casa no fue distinto:

-Estoy tratando de recordar qué fue distinto aquella noche -.

Los ojos de Nala se clavaron en los míos:

-Will, dentro de tres días es noche de solsticio... Prométeme que no harás ninguna estupidez como la última vez -.

Los ojos de Nala denotaban una expresión de preocupación:

-Prometerlo no es propio de mi. Pero puedo intentarlo -.

La expresión de preocupación se acentuó:

-Will... Casi mueres por hipotermia la última vez -.

No era algo de lo que me enorgulleciera, pero pese a haber dejado de esperar al caminante, una parte infantil de mí seguía yendo de tanto en cuando. Y el año anterior había pasado varias horas bajo la lluvia:

-No voy a hacer ese tipo de estupideces. Mis padres me desheredarían -.

A pesar de que la conversación adquirió un tono más relajado, la preocupación se palpaba. Acompañé a Nala a su casa, como todo buen caballero que se precie haría, y caminé sin prisa hasta la mansión de Aldan Brinson, mi padre.


Mi padre, a pesar de ser muy poderoso, no es el típico rey monumental y apuesto que aparece en los relatos del caminante. Era un señor mayor, con una melena blanca y unos ojos azules penetrantes. Para él, yo solo era la moneda de cambio que casar con una poderosa hija para afianzar la riqueza de la familia. Ese día supondría el comienzo de mi final como hijo de la familia Brinson. Mi padre me esperaba en sentado en su sofá de cuero, a la luz de una lumbre, con los brazos cruzados y posados en el regazo:

-Llegas tarde, Will -.

Sería quedarse corto decir que su voz era... Imponente:

-He acompañado a Nala hasta su casa -.

Su expresión se endureció:

-Esas andaduras innecesarias van a terminar, hijo... -.

Hurgó en unos papeles que yacían encima de su mesa y sacó una foto. Me acerqué y me la enseñó:

-Valirían Sarpilié. Hija de una importante familia de comerciantes del norte. ¿Te gusta? -.

En cierto modo, la chica sería pasable. Pero dado el contexto cualquiera sabría por donde iba la conversación:

-Padre, no creo que yo... -.

Me hizo callar con un ademán:

-No me importa tu opinión. Visitará la casa la semana que viene, la boda ya está concertada -.

No os voy a mentir. Mi sueño siempre había sido, a parte de ver al caminante, casarme con Nala. Pero mi elevada posición hacía eso imposible desde el principio. Aquella noticia fue peor que un puñetazo:

-Aún soy demasiado joven para... -.

-A tu edad conocí a tu madre, nunca se es demasiado joven -.

Las palabras de mi padre eran insondables, no conseguiría nada. Lo más inteligente era retirarse a mi cuarto, y contemplar con la mirada vacía todo lo que tenía, y todo lo que perdería.

El mito del CaminanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora