8. Misterio◉

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Hermione había pasado un fin de semana muy tranquilo. En realidad, había sido demasiado tranquilo. Había ido de compras por el París mago y muggle, había visitado una de las bibliotecas más maravillosas de Europa, pero todo eso lo había hecho sola. Echaba de menos a sus amigos, a sus compañeros... ¡Incluso a Snape! Sin nada más en lo que pensar, el misterio del anillo estaba consumiendo su hiperactivo cerebro.

Hermione quería que Snape respondiera a sus preguntas. ¿Por qué las evitaba? ¿Qué podía estar ocultándole? Ella ya había descartado todas las maldiciones oscuras. Si el anillo estaba realmente maldito, él le habría dicho cuál era la maldición, aunque sólo fuera para asustarla lo suficiente como para enviárselo. Entonces, si era simplemente un anillo Claddagh, ¿para qué lo quería?

Por mucho que lo intentara, Hermione no podía poner en la misma situación a Snape y a un anillo como aquel. Sin embargo, si no fuera Snape, ella pensaría que él había sido el dueño de este anillo. Los anillos Claddagh se regalaban en señal de amistad y amor. Sabía que Snape había amado a la madre de Harry, pero se habían separado cuando aún estaban en el colegio y Lily nunca había respondido a su afecto. ¿O no? Harry decía que no lo había hecho, así que Hermione lo daría por hecho.

Pero si el anillo no era de Snape, entonces sólo podía ser de Voldemort.

Hermione siempre se estremecía ante ese pensamiento, pero se obligaba a analizar la posibilidad. Si el Anillo Claddagh había sido de Voldemort, ¿para qué podría quererlo Snape? Hermione sabía que él había estado trabajando todo el tiempo para acabar con el malvado mago, así que no necesitaba un recuerdo del tipo que Bellatrix se esforzaría por conseguir. Entonces tal vez estaba maldito y él había estado diciendo la verdad todo el tiempo.

¿Por qué no podía decírselo sin más? Era frustrante.

Hermione se durmió pensando en el anillo y en Snape, y se despertó sudando por la pesadilla del día en que lo había visto morir. No había sido la primera vez que lo soñaba, pero llevaba mucho tiempo, quizá más de un año, sin tener esa pesadilla en concreto.

Maldijo a Snape por meterse con sus sueños y se preparó para el día de trabajo. Esta semana la pasaría con los Aurores en prácticas para observar cómo se preparaban para luchar y para añadir a su entrenamiento técnicas con las que quizá no estuvieran familiarizados.

Fue al restaurante del hotel a desayunar y, con la comida, el camarero le trajo una carta. Estaba tan inmersa en todo el misterio que no pudo esperar hasta después de comer para abrirla.

Srta. Granger,

¿Qué puede sentir por un pedazo de metal barato que podría ser más significativo para usted que la seguridad y la ciencia? Ni siquiera es un regalo de sus imbéciles amigos Potter y Weasley. Es sólo chatarra que encontraste en una casa abandonada, un sitio de guerra. Esto sería razón suficiente para creer que está maldito. Y pensar que de verdad creía que tenía más cerebro que el resto.

Diga su precio y deje de lado las lecciones de moralidad. Guárdalas para los que aprecian tu perspicacia.

Severus Snape

Hermione arrugó el ceño. Como si fuera a gastar su tiempo y sus fuerzas en tratar de enseñarle al hombre más grosero que conocía un poco de gracia. Snape era un hombre demasiado insufrible.

Pero este último ataque tendría una respuesta a la altura. Hermione dobló la carta con poca gracia y la metió en su mochila. Comió su ahora frío desayuno sin importarle lo que se llevaba a la boca. En su mente, maldijo a Snape por cuestionar su apego al anillo. Si no quería separarse de él, tenía sus razones, no importaba lo que él creyera. Pero peor que dudar de sus palabras y sentimientos, pues ella siempre esperaría eso de Snape, era que él ignorara sus preguntas.

Empezaba a sentir náuseas sólo de recordar a aquel hombre. Apartó el plato y abandonó la mesita. Sin embargo, antes de ir al punto de Aparición, volvió a subir a la habitación del hotel y cogió el anillo. Hoy se lo pondría.

Llámalo petulancia, pero Snape se lo había buscado. Aunque no pudiera verla desafiándolo, se sentía bien; ella se sentía bien.

Más tarde, agotada por el ejercicio del día, Hermione, más tranquila de lo que había estado por la mañana, releyó la carta de Snape con más atención antes de preparar su respuesta. Había algunos detalles que se le habían escapado al calor de su indignación, pero que ahora la intrigaban sobremanera.

Si pensaba que podía salirse con la suya evitando sus preguntas, estaba muy equivocado.

Antes de acostarse aquel lunes, Hermione envió su carta a través de una lechuza alquilada. Sería la última que enviaría a Snape si éste decidía ignorarla de nuevo.

𝐸𝑙 𝑎𝑛𝑖𝑙𝑙𝑜 𝐶𝑙𝑎𝑑𝑑𝑎𝑔ℎ [𝑆𝑒𝑣𝑚𝑖𝑜𝑛𝑒]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora