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Sabía que estaba mal decirle que sí.

Y yo sabía perfectamente que quería decirle que sí. Quería estar con él. Yo lo quería, yo lo deseaba, lo necesitaba.

Suspiré viéndolo a los ojos.

—¿Me dejas pensarlo?

En sus labios se formó una leve sonrisa.

—Sí, obvio rey.

Nos quedamos mirando unos segundos.

—¿Ya lo pensaste?

Fruncí el ceño.

—¿Qué?

Él río. —Mentira. Sí, pensalo. Espero que la espera valga la pena, casquito.

Rodé los ojos.

—No sé. Necesito pensarlo, ¿okey? Necesito calmarme y dejar de verte como un hijo de puta.

—No lo sooooy, yo soy un buen pibe, te lo juro.— Bromeó.

Reí bajito y me mordí el labio.

—Te odio Mauro. —Sus ojitos me miraron fijamente.
—Te odio por lo lindo que sos.

Me sonrió.

—Me decís que me odias porque no sabes controlar todo tu amor hacia mí.

—Cerrá el orto.— Dije avergonzado. —Y escuchame una cosa: haces de cuenta que no escuchaste mi conversación con Eze porque te mato, te mato Mauro. Te olvidas de eso.

Asintió.

—Eso nunca pasó, Tiaguito.

Me mordí el labio viendo su sonrisa.

De repente me había agarrado de la cara y me había encajado un pico.

—¿¡Qué hacés!?

—Es que me estabas mirando los labios.

—¡Tu sonrisa!

—Aaaah, te gusta puto.

—¡Cortala! Me voy de acá.— Caminé en dirección a la puerta.

—¡Espera! Falta algo.— Tomó mi mano, tiró y volvió a besarme como antes. Un chape esta vez más tranquilo.

Se la seguí sorprendido, pero no mucho tiempo.

—Basta Mauro no estás respetando lo que te dije.

—No puedo Tiago, esos labios me tientan una banda.

—¿Seguís pensando que sos heterosexual? Que hipócrita.

Rió. —Callate.

—Callame. ¡No mentira chau!— Salí corriendo del cuarto.

Llegué a la cocina donde estaban cocinando.

—¿Qué están haciendo de comeeerr?— Pregunté lo más bien, como si no me hubiera comido a Mauro como tres o cuatro veces en lo que va del día.

—Ravioles al disco.— Respondió Mora cortando zanahorias.

—Uhhhh cheto.

Camila me miró frunciendo el ceño.

—¿Qué carajo te pasa a vos? Hace un rato me estabas hablando como el orto, y ahora venís lo más normal.

Uy, es verdad.

—Uy… tenés razón Camilita. Perdoname, estuve mal.— Fui y la abracé.

—¡Soltame gordo puto!

"Clandestinidad" | «Litiago»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora