4: Día dos.

302 26 11
                                    

Me desperté un poco asustado y sorprendido, ya que había soñado algo muy loco.

Soñé que Mauro me besaba y me pedía ser su amante.

Cosa más loca que esa no hay.

Me reí por dentro recordando todo, estiré mi cuerpo relajándome y suspiré viendo el sol que provenía desde la ventana.

En eso veo como el picaporte de la puerta baja lentamente. Fruncí el ceño.

¿Quién será?

Mauro, con una sonrisa traviesa, se asomó
y me miró.

Le devolví la sonrisa, me parecía gracioso como entraba a mi cuarto.

Él entró y cerró la puerta.

—Hola.— Dije.

—Vengo a darte los buenos días, mi rey.— Se sacó las chancletas y se tiró a la cama. Medio arriba mío.

—¿Qué?

Agarró mi cara y me dió un beso.

AH, NO ERA UN SUEÑO.

LA PUTA MADRE.

Bueno, en realidad, por dentro sí quería que lo fuera, pero a la vez no.

Me chapó como un hijo de puta, casi me
quedo sin aire.

Al notar eso, se separó un poquito y me miró con una sonrisa pícara.

—¿Qué?— Dijo él ahora, como si no hubiera hecho nada raro.

Bueno, en realidad tendría que empezar a dejar de considerar raro que me bese. Pero es raro y difícil. Son muchas cosas.

—Nada, que sos un hijo de puta.

—Ehhh, ni arrancamo' el día y ya me estás bardeando.

—Es lo que sos.— Rodeé los ojos sonriendo.

—Fua, yo te vengo a saludar con un beso y vos me bardeas.— Hizo cara de dolido. —Ta' bien, así quedamos.— "Enojado", salió de la cama.

Rápido me paré. —No, no, no, pará.— Caminé y evité que se vaya agarrándolo del brazo. —Perdoname, me tomó por sorpresa… todavía no me acostumbro a esto…— Lo acerqué a mí.

Rodó los ojos.

—Bueno gato pero dejá de tirarme la mala… si no te copa esto… decime y la cortamos…— Miró a otro lado haciéndose el ofendido.

Sonreí y me mordí el labio.

—Si vos sos el que me insiste y me dice que no puede vivir sin mí.— Desde su mandíbula, hice que me mire. Nos miramos, yo sonreía admirando sus labios rojitos. —Dale, no te me enojes.

—No me enojo pero con una condición.— Levantó su dedo índice como dando una orden.

—Cual.— Pregunté.

Bajó la mano y la dirigió a mi espalda.

—Decime que sí.

—¡Esto es una extorsión Mauro!

—Claramente lo es, Tiaguito.— Sonrió.

Reí bajito. Lo miré y me mordí el labio.

—Bueno, te digo que sí.— Sus ojitos demostraron felicidad. —Peeero… solo si me prometes que no voy a salir lastimado, y que si las cosas se complican, yo no la voy a pasar mal ni voy a tener necesidad de odiarte porque me vas a cuidar como si fuera el amor de tu vida.

Me miró a los ojos sonriendo.

—Ya sé que no lo soy, no digas nada.— Volví a hablar yo.

Río. —Sos un tarado. Te lo prometo, Tiaguito, no va a pasar nada malo, te lo juro.— Con su otra mano acarició mi mejilla, sonriendo.

"Clandestinidad" | «Litiago»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora