11: Día siete

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MAURO:

Ya era la mañana del día siguiente, y yo extraña a Tiaguito, había estado con el toda la noche pero no pasó nada, entonces cuando me agarraron ganas de deconocerme, fui a buscarlo.

Él estaba en el baño de invitados, y no me importó y me mandé.

—Ay pelotudo, me asustaste, ¿Por qué no tocas la puerta?— Estaba ordenando las cosas del lavabo.

—Porque sabía que estabas vos.— Cerré la puerta a mis espaldas.

—¿Y qué pasa?

—Que te extraño.— Tomé su antebrazo con suavidad mirándolo a los ojos.

—Dormimos juntos.

—Sí… Pero hace bastante que no hacemos nada.— Me acerqué.

Se mordió el labio negando y se puso de
frente a mí.

—¿Y por qué no te descargas con tu mujer?

—Porque no. Quiero estar con vos.— Lo agarré y apoyé su espalda en la pared.

—Mau, no sé si da acá…

—Shh, tratá de no gritar, rey.— Me burlé y después uni nuestros labios. Lo besé con ganas mientras apretaba su cuello, él ni siquiera supo dónde meter sus manos, ya que el beso estaba siento bastante intenso.

—M-Ma…— Quiso hablar pero no lo dejé.

Entre el beso profundo, con lentitud le quité la remera, lo mismo hice con la mía.

—P-para.— Puso su mano en mi cuello y rompió el beso alejándome un poco. Nuestras respiraciones estaban agitadas. —¿Y Emma?

—En la pieza…

—¿Ya hablaste con ella?

Negué. —No pude todavía… Pero no es momento de hablar, wachin…— Quise volver a besarlo.

—Espera.— Me frenó. —Me dijiste que cuando ella vuelva ibas a hablar.

—Sí pero… Después, Tiago.

—No sabes mentir Mauro.— Me dijo más serio.

—No te estoy mintiendo mi amor… Es la verdad, pasa que vino con mil cosas en la cabeza y ni siquiera me dejó hablar.

—No quiero tus excusas.

—No son excusas Tiaguito.— Me acerqué y acaricié su mejilla. —Tenés que confiar en mí…— Le dije medio bajito. Le di un pico.

—Te odio…

Sonreí y le di otro beso. Y entre picos volvimos a chapar.

Y mientras lo besaba… Una puerta se escuchó. La puerta del baño.

Me giré y vi a la persona que menos quería ver en la tierra.

Ella.

Hizo un sonido ahogado, demostrando que le sorprendió, pero para mal.

—Eme…— Sentía vergüenza, pero no tanta como me imaginé alguna vez.

—¿¡Qué mierda es ésto, Mauro!?— Nos miró con asco a los dos.

Suspiré.

Iba a ser denso.

Un rato después, ella estaba sentada en el patio llorando desconsoladamente, y yo no sabía cómo manejar la situación. Como siempre.

—¿C-cómo p-pudiste hacerme eso?— Dijo entre lágrimas. —Yo-yo te di todo…

Suspiré y me senté frente a ella.

"Clandestinidad" | «Litiago»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora