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Cuando llegamos a casa, yo me sentía nervioso.

¿Razón? Y, es media lógica.

Me quiero coger a Mauro desde que nací, más o menos, y toda la situación indicaba que iba terminar pasando en ese momento. O por lo menos íbamos a intentarlo.

Dejé mis cosas en la mesita del living y lo miré.

—¿Alguno de los pibes te dijo cuánto van a tardar en venir?— Le pregunté haciéndome el reboludo.

Negó terminando de chequear su celular.

—Nop, viste que le dije a Eme que me avise cuando salen…— Apoyó el celu en la mesa.

Asentí. Tragué saliva.

Era todo muy tenso.

Sonreí, me rasqué la nuca mirando a
cualquier lado. "Disimulando".

—Podemos usar este ratito para que me enseñes.

Lo miré.

—¿A qué?

Desde mi brazo, tiró y me acercó muchísimo a él.

—A hacerte feliz.— Bromeó.

Reí. —¿Cuánto tiempo tenemos?

—No sé, pero le calculo media horita.

—Puuffff, nos sobra hasta para hacerla completa.

—¿Completa?

—Mauro te tengo ganas desde que tengo memoria.— Le dije a centímetros de sus labios.

Sonrió.

—¿De qué tenés ganas exactamente?

—Si fuera virgen esto sería mejor, pero me quiero entregar, ¿comprendes?

Abrió los ojos.

—¿No sos virgen?

—No. De ningún lado, ahre.

Soltó una risa y se mordió el labio.

—Creo que cada segundo que pasa me gustas más, gil.

Entrecerrando los ojos, hablé: —Mm, que interesado que sos…

Rió y abrazando mi cuerpo me dió un beso.

—Te juro que no.

—Menos jurar y más… garchar, ¿no?

Él volvió a reír sorprendido.

—Estás irreconocible.

—¿Así te gusto?

—Obvio, de cualquier forma.

Sonreímos, nos dejamos de joder y nos empezamos a besar.

Comenzó bien dulce, como que nos acariciábamos, literalmente. Pero llegó ese momento que se volvió más intenso, nuestras lenguas se encontraron y el ruido de la saliva se volvió más obsceno. Apretó sus brazos en mi cintura y espalda, y yo los míos alrededor de su cuello.

Medios apurados, nos dirigimos al pasillo.

El cuarto de Mauro está más cerca, y cuando pasamos por ahí, noté que él quiso frenar, entonces yo dejé de besarlo.

—No, no, no, ahí no, por favor…

—Tiaguito…

—Por favor Mau, a mi pieza, vamos…— Lo llevé. Asintió y volvió a besarme mientras caminamos.

Entramos, él pateó la puerta para cerrarla y sin soltar mis labios le puso seguro.

Nos adentramos y al lado de la cama frenamos. Él soltó mis labios para dirigirse a mi cuello, dónde chupó y succionó sin tanta fuerza, sacándome jadeos.
Desde mi espalda baja, levantó la remera y yo lo solté dos segundos para sacarmela, la tiré por ahí y volví a él. Besándolo se la levanté tocándole el estómago, él se la terminó de sacar y mientras tanto me miró de una forma que me hizo querer tirarme de un sexto piso. No puede estar tan bueno.

"Clandestinidad" | «Litiago»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora