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𝘚𝘏.
2013 -

Ambos adultos se encontraban discutiendo en la cocina. Todo había comenzado con una simple cena de aniversario, pero había terminado en una gran desgracia para el pequeño niño de los lunares, quien escuchaba todo desde el otro lado de la puerta. Estaba en pijama de ositos y tenía pequeñas lagrimitas en sus lindos ojos.

—¡Él . . . no es mi hijo! jamás lo veré como tal —gritó el hombre, golpeando la mesa con tanta fuerza que los platos temblaron.

— . . . Bien, entonces toma tus cosas y vete de mi casa, ¡ahora! —respondió la mujer de cabellera rubia, con una mirada de furia en sus ojos, pero tratando de mantener la calma.

Un sonido de vidrios rompiéndose llenó la habitación, y el pequeño niño de los lunares se asustó aún más cuando un cristal aterrizó sobre sus pies, dejando a la vista un líquido rojo. Pero el verdadero susto llegó cuando vio a su madre en el suelo, con los ojos cerrados como si estuviera dormida. Intentó controlarse, pero un sollozo agudo escapó de sus labios, para luego romper en llanto, dejando salir a ese pequeño asustado que había estado reteniendo las lágrimas.

Era un niño asustado de tan solo siete años, ¿qué podría hacer más que llorar? Él quería ayudar a su madre y decirle que el iba a sanar sus heridas con un besito de la sanación, pero lo único que pudo hacer fue correr al ver la figura de su padre acercarse furioso hacia él, salió de casa en medio de la noche, descalzo y con los pies heridos, hacia frío y el pequeño no llevaba nada que lo cubriese de la frialdad de la noche. Corrió sin mirar atrás, Sunghoon no era un niño atlético, pero no podía quedarse allí, no quería que sus maestras de la escuela volvieran a llamar a su casa para preguntar por qué asistía a sus clases con marcas en el rostro, así que siguió corriendo.

Cuando su pequeño cuerpo no soportó el cansancio, cayó al suelo de un oscuro y soltarío parque al que había llegado sin saberlo, solo corriendo por impulsó. Se sintió como un cobarde al haber dejado allí a su madre, sola, con ese hombre que se hacía llamar su padre, o bueno, eso creía antes. Miró su ropa sucia por haber caído al suelo, sus medias antes blancas, tenían ahora manchas de suciedad y sangre, sus manos temblaban y su cuerpo había gastado toda la energía que tenía, ni siquiera recordaba el camino por el qué había estado corriendo todo ese tiempo. ¿Valía la pena haber huido, si de todas formas tendría que volver? Pero él no quería volver, quería irse lejos, solo él y su madre. Nadie más.

—Oye, ¿qué estás haciendo aquí, pequeño? ¿No crees que hace algo de frío para descansar aquí? —preguntó una voz ajena a cualquier persona que el pelinegro conociera—. ¿D-dónde están tus papás?

El menor levantó la cabeza, encontrándose con un chico más alto que él, no lograba ver bien su rostro, pues este traía la gorra de la chamarra puesta, lo único que logró divisar fueron esos ojos rasgados y nariz perfilada, además de que este tenía una bendita debajo del ojo y llevaba consigo unos audífonos los cuales se había quitado para escuchar las palabras del pequeño niño de lunares. Sin embargo, al no obtener respuestas, creyó que tal vez estaba perdido o que sus padres estarían por algún lugar cercano a ese, lo cual sería raro, sacó su teléfono del bolsillo de su pantalón para ver la hora pero sus ojos se abrieron con sorpresa y volvió a acercar el teléfono a su rostro para verificar la hora, sorprendiéndose nuevamente. ¿Qué rayos hacia un niño en el parque a las 02:09 de madrugada?

𝗡𝗜𝗡𝗘 𝗪𝗢𝗡𝗗𝗘𝗥𝘀.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora