32. abrazos

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Amelia quería llorar.

Iba a llorar. No le importaba estar en medio de la calle y que los demás la criticaran, no mientras estaba sujetando sus libros y una mochila rota.

Todos tenemos días malos, algunos son peores que otros, algunos lo manejan mejor que otros.

Ella se consideraba de las del grupo de personas que saben llevarse bien con las malas jugadas. Siempre encontraba la manera de reír del asunto o le buscaba una solución, pero incluso la persona más positiva tiene su límite.

—Me detesta. —se quejó al teléfono batallando por no dejar caer sus pertenecías. —Ni siquiera me dejo darle una explicación.

En su defensa, estoy segura de que Amanda la altero más de lo necesario. —le contesto Kali al otro lado de la línea. —Seguro se le pasara.

—Ugh, ¿Qué culpa tengo yo, de igual forma?

El martes de la pelirroja había iniciado como cualquier otro, desayuno, se dio un baño y se preparó para sus exámenes de esa semana, todo normal, hasta que su hermana la ataco por video llamada quejándose de su madre.

Parecía ser que, la madre de ambas, había hablado con algunas de sus amigas sobre la terrible decisión que estaba tomando su hija mayor al casarse con un hombre que –a palabras de ella- no estaba a la altura.

Por supuesto, no esperaba que una de esas mujeres a las que había comentado dicho desprecio fuera familiar de su futuro yerno. El drama que se había armado gracias a eso.

De alguna forma, sabía que Amanda haría algo así, pero no esperaba tener que llevar la culpa de eso también. Ya que, según Alana, ella debió decirle de la conversación que tuvieron por mensaje semanas atrás.

Ya lo resolverás. —le ánimo. —Mejor deberías concentrarte en resolver lo de tu prueba.

—Ni me lo recuerdes. —murmuro con desanimo.

Su prueba de química orgánica moderna, aquella exposición por el que había trabajado día y noche, había sido calificada con un número apenas aprobatorio. No era una calificación buena, tampoco había reprobado, pero ella sabía que no era correcto.

No era por comparar, pero lo había hecho mejor que mucho otros, y su profesor solo había respondido con un "es la calificación que mereces", sin darle más explicaciones y comentando que incluso podía terminar bajando sus números aún más si seguía insistiendo.

— ¿Crees que la xenofobia tenga algo que ver con esto? —pregunto recordando los muy inapropiados cometarios que hacia referente a su nacionalidad.

No importa la razón, es un idiota, y deberían despedirlo. —Amelia siguió platicando con su amiga por el resto del camino hasta su departamento, poco a poco, sintiendo más débiles sus brazos al continuar cargando sus cosas en ellos, algo a lo que ya no estaba acostumbrada.

—Solo quiero llegar a mi cama y dormir por el resto de mi vida. —dijo intentando encontrar sus llaves. —Estoy segura de que las puse en algún lugar. —el jugo que llevaba deseando tomar desde hace un buen rato cayó al suelo debido al movimiento derramándose sobre sus pies y parte del pavimento. —Lo que me faltaba. Dios, me siento como en una de esas películas cliché en las que la chica se...

Estimado usuario, su crédito se ha agotado, para renovarlo marque el número 6, para más información comuníquese con su compañía. —escucho la contestadora automática tomar el lugar de Kali.

—Odio mi vida. —murmuro para sí misma resignándose a todo lo que le pasara.

El clima lluvioso la obligo a correr las últimas calles, aunque para su mala suerte, no logro llegar a tiempo y termino pisando el elevador de su edificio escurriendo en agua y con sus libros destruidos.

No sabía qué clase de karma estaba pagando, pero quería que se detuviera. Necesitaba que se detuviera.

Y necesitaba un abrazo.

De quien fuera, solo quería llorar un ratito mientras se sujetaba de alguien y así poder seguir con su vida como siempre.

Incluso estaba considerando el visitar a su vecina, aquella mujer de ochenta y tanto años, y pedirle que le diera un abrazo, posiblemente no preguntaría, esa mujer siempre era amable con Amelia, y también tenía gatos.

Con su mirada en el suelo, conto los pasos que dio hasta su puerta sin percatarse de aquel joven que estaba parado frente a esta con un ramo de flores blanca y azules.

— ¿Es que no sabes lo que es una sombrilla?

Charles.

Amelia se paralizo antes de poder siquiera mirarlo.

Charles Leclerc.

Lo primero que pensó cuando tuvo suficiente autocontrol para voltear arriba fue que era más alto de lo que imaginaba. Y más atractivo, y su sonrisa era más bonita, aunque estuviera opacada por su nerviosismo.

Lo segundo que pensó fue que Percy, él chico con el que estaba muy enojada estaba ahí, listo para ser golpeado o gritoneado.

Pero todo eso fue dejado de lado gracias a la tercer cosa que llego a su mente. Necesitaba un abrazo.

Charles se sorprendió, claro que lo hizo, pero sentir la cabeza de Amelia recostándose contra su pecho y sus brazos rodearlo, aun con parte de sus libros en sus manos, sin razón aparente fue suficiente para que él la abrazara de igual manera.

Si bien, era optimista, lo último que esperaba era que ella lo recibiera con los brazos abiertos y lágrimas. Por instinto, dejo aquella mano que tomaba las flores posada en su cintura y paso la otra por su cabello rojo acariciándole con lentitud.

—Por favor dime que estas llorando de emoción y no por otra cosa. —susurro tratando de entender que pasaba.

Amelia sonrió contra su camisa y se separó un poco. — ¿Qué haces aquí? —Charles apenas abrió la boca para decirle algo cuando ella ya había cambiado su expresión a una de molestia. —Espera, ¿Qué mierda haces aquí? —volvió a decir.

—Yo...—Amelia era pequeña y tenía esa cara de inocencia en ella, pero cuando se enojaba, incluso la persona más valiente podía temer.

—No deberías estar aquí. —insistió. — ¿Cómo te atreves? —quiso alejarse teniendo como impedimento la mano del monegasco que seguía en su cintura. ¿Cómo podía sostenerla solo con una mano? —Suéltame mentiroso. —forcejeo logrando solo que Charles pusiera más presión y la arrinconara más contra él.

—Amelia, si tan solo me dejaras exp...

—Suéltame, suéltame, suéltame. —le interrumpió comenzando a golpearlo con uno de sus libros mojados.

—Auch, Lia, deja eso. —le pidió soltándola y poniendo sus manos como escudo.

—Eres un mentiroso, y un acosador, ¿Cómo sabes dónde vivo? —le pregunto dejando de golpearlo. —Seguro mandaste a uno de tus espías a investigarme, por supuesto, eso hacen todos los millonarios, creen que tienen derecho a...

Charles rodo los ojos y le arrebato el libro de la mano, asegurándose de que no lo tomara de nuevo mientras le ponía una mano en la boca y otra la usaba como esposas para sus inquietos brazos. — ¿Puedes dejarme hablar?, quiero disculparme por todo. —Amelia pudo haber rezongado al respecto, pero de pronto parecía estar más concentrada en algo que estaba ocurriendo en sus pantalones. — ¿Qué pasa? —pregunto al notarla tensa.

Con cuidado le quito la mano de la boca y se alejó viendo como ella solo se quedaba de pie, en silencio y sin parpadear.

Bueno, no solo Charles había llegado en el momento menos esperado.

—Mi periodo. —susurro dejando caer sus lágrimas y aventándose contra Charles para abrazarlo una vez más.

Y así, en medio del pasillo, con su ropa húmeda, sus cosas hechas un desastre y su pantalón manchado, Charles por fin conoció a Amelia.

Y le pareció la mujer más encantadora del mundo.

—Ay , Ame, ¿Qué voy a hacer contigo, uh? —le pregunto besando su cabello mojado dejando que ella decidiera el tiempo que duraría su contacto.

Incluso si ella quería abrazarlo durante años, él la sostendría con fuerza cada segundo. 

𝙂𝙧𝙤𝙪𝙥 𝘾𝙝𝙖𝙩 ▰ 𝘾𝙝𝙖𝙧𝙡𝙚𝙨 𝙇𝙚𝙘𝙡𝙚𝙧𝙘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora