Capítulo IX: Seducción

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Armando Lafuente, profesor de historia de la Universidad Nacional de Salta, magister en leyendas precolombinas, portador de un tapao. Arrojó con un bufido de cansancio la pila de exámenes sobre su escritorio, se sacó los anteojos y los limpió un poco, más por costumbre que por verdadera necesidad, era una de sus tantas manías. La mortecina luz de los fluorescentes de su pequeña oficina apenas alcanzaba la calidad necesaria para la lectura. Rebatió la persiana americana para que la menguante luz del atardecer se colara, reptando lánguida sobre las dos estanterías con libros y carpetas de documentación variada. El efecto del atardecer con la luz artificial nublaba aún más los sentidos, pero era algo que a Armando le agradaba, porque abría su percepción con el tapao y todo a su alrededor se convertía en un río de luces, una lucha de partículas chocando unas contra otras. Duraba apenas un instante, pocos segundos, pero valía la pena el espectáculo. Era de las pocas cosas bellas que disfrutaba a diario, y era consciente que eso era un privilegio, no todo el mundo podía decir que tenía un momento de paz y belleza todos los días. Pero apenas pasaba el efecto, la oscuridad volvía, porque la iluminación artificial no era en verdad lo suficiente potente para penetrar la barrera elemental que significaba la ausencia de luz. Por supuesto que el común de los mortales no podía saber esto. Armando cerró su percepción aumentada y la luz de los fluorescentes inundaban todo su recoveco académico con su apremiante blanco y frío.

Suspiró casi con nostalgia por el momento perdido. Cargó la cafetera y asentó sus casi ciento cincuenta kilos en el sillón acolchado; que chirrió como si se lamentara. Desde el desenlace fatal en el ingenio, y el uso extensivo de las propiedades del tapao, su peso había subido radicalmente. Ya la había intentado todo lo posible, dietas, ejercicio físico, y hasta cirugía; pero era inútil. La intervención con liposucción solucionó el problema por un mes y después volvió todo con mayor morbosidad.

Armando se contempló el cuerpo voluminoso con desprecio, justo él que había sido atlético y apuesto, un esteta de la vida, no podía evitar lo que le ocurría. Se odiaba cada que se miraba al espejo, o mejor dicho cuando se atrevía a hacerlo desnudo. Las carnes fláccidas que se amontonaban en pisos tras piso de adiposidad, las zonas de contacto de la piel enrojecidas por el roce permanente, el olor seboso de la piel. Hacía años que no se podía ver los genitales más que con la ayuda de un espejo y mucho esfuerzo contorsionista. Era un narcisista y esteta atrapado en la peor de sus pesadillas; pero al menos estaba vivo. La otra opción, era impensable.

La cafetera arrojó las últimas gotas del brebaje negro y humeante en la jarra. Armando se levantó con un bufido de esfuerzo y se sirvió un pocillo, sin azúcar; tenía que corregir doscientos exámenes de jovencitos imbéciles que estudiaban con Tik-tok y YouTube. La mitad no entendía conceptos básicos, y la otra mitad apenas sabía leer; lectura comprensiva ya era pedir demasiado. Pero eso sí, la mayoría hablaba de política como si supieran y la gran mayoría de los exámenes tenían expresiones descolgadas en lo que llamaban "lenguaje inclusivo". Armando directamente tachaba esas palabras y les restaba puntos por incoherencia. Si bien le gustaban los tipos, no entendía la necesidad abrumadora de los jóvenes de gritarlo a los cuatro vientos. Tal vez fuera que el creció en otros tiempos, cuando era mal visto, y nunca pudo acostumbrarse. Se sentó de nuevo, acomodó sus anteojos y procedió a corregir los exámenes con el estoicismo habitual. Después de todo, para eso le pagaban.

Una hora y veinte exámenes después, alguien golpeó a su puerta. Armando levantó la vista, sorprendido. Miró la hora en su celular, no era tiempo de consultas de los alumnos. Se aclaró la voz.

—Adelante —dijo con su habitual tono académico, lo justo para que del otro lado lo escucharan.

La puerta se abrió casi titubeante, un jovencito rubio de no más de veinte años lo miró casi con miedo. A Armando le pareció que lo reconocía, pero tenía tantos alumnos que no estaba seguro.

Supay (Leyendas de la Periferia - Vol. II) (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora