La mujer se llamaba Miriam, era sencilla y de risa fácil, su tez morena se iluminaba cuando sonreía, aun cuando le faltaban un par de dientes a su cara tostada y regordeta. Muchas veces había consultado por temas de trabajo y el corazón, pero esa mañana lloraba desconsolada en el improvisado consultorio de la curandera y astróloga del pueblo de Cañada Seca.
Sebelinda Morales, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, le tomó la rústica mano a su clienta, porque lo que pocos sabían, es que tenía afefobia; rechazo al contacto humano.
—Calma, Miriam, calma —pidió la joven curandera.
Las manos de Sebelinda temblaban a la par de su cliente, pero por la aprensión que sentía al tocar las palmas transpiradas de la otra. La curandera contuvo las ganas de salir corriendo del lugar.
—¡No lo encontramos, Sebelinda! —sollozó la mujer, la cara hecha un estropicio de angustia y dolor— ¡No lo encontramos! ¡Ayudáme! ¡Por favor! —suplicó.
La curandera retiró con toda la delicadeza que pudo sus manos y disimuladamente las secó sobre el mantel mientras las arrastraba hacia su mazo de cartas de tarot; y todo eso, sin dejar de sonreír mientras mantenía la vista fija en los ojos de Miriam.
—Veamos que nos dicen los arcanos —anunció con su mejor tono tranquilizador y ¿por qué no? Comercial.
Mezcló tres veces el mazo con los conocidos dibujos, y se preparó para lo inevitable: una muy probable descompostura. Su abuela, Tita, que le había enseñado todo sobre el negocio, solía decir que a veces no todo era un truco de feria. Algunas personas realmente podían vislumbrar cosas dadas determinadas circunstancias, en situaciones de profunda depresión, extrema tristeza, y por supuesto con ira. Toda emoción negativa podía «activar» a una buena curandera u ocultista, si es que tenía «el don».
Sebelinda dejó el mazo delante de la clienta y se recostó sobre la silla, tratando de relajarse lo mejor que podía. Sentía el aire espeso a su alrededor, como difuminándose en sombras o vapor. Conocía la sensación, ese preludio a lo desconocido, al abismo. La aterraba, pero no podía evitarlo, era parte del trabajo y las cuentas no se pagaban solas, mucho menos con su madre convaleciente dependiendo exclusivamente de ella.
—Corta en tres, por favor. Y después da vuelta una carta de cada mazo.
La desesperada mujer se secó las lágrimas con el dorso de la mano y procedió a hacer lo que se le indicaba. Sebelinda sintió la comezón dentro de su breve pecho y en su bajo vientre, algo venía. Se concentró en las cartas para tratar de adivinar lo que pronto pasaría. Un nueve de espadas, la Muerte y el Diablo.
«Mierda, mierda, mierda, mierda» pensó Sebelinda. Sus pequeños puños se cerraron en tensión bajo la mesa. Eran muy malas cartas, ni un atisbo de esperanza. Eran el dolor y el sufrimiento del nueve de espadas, el cambio permanente de la Muerte, y la lascivia tentadora del Diablo. Había muchas formas de interpretar eso, pero como la joven curandera siempre supo: lo primero que venía a la mente, esa era la respuesta. Si tan solo fuera el significado de las cartas no sería tanto problema. La dificultad estribaba en que algo se aproximaba desde lo que su abuela llamaba El Abismo.
El tiempo pareció ralentizarse a los ojos de la curandera, un vaho extraño inundó el consultorio, como si la luz fuera una cortina que pudiera correrse con el solo movimiento de la mano. Al mismo tiempo, un fuerte olor a menta, boldo y ruda le llenó los sentidos, era casi intoxicante y parecía pegarse al paladar con un dulce picor, aunque Sebelinda tenía las mandíbulas apretadas y los labios eran una fina línea de concentración.
Un niño saltó sobre la mesa, desplazando la cortina de luz y dejando varias versiones de si mismo en el trayecto. Era Kevin, el pequeño hijo perdido de Miriam. La clienta, la mesa y la habitación desaparecieron poco a poco entre la bruma. La pared con las imágenes de santos y vírgenes se convirtió en un arbusto, otra con velas y amuletos para vender se transformó en juegos infantiles, y las restantes en árboles y veredas. Una imagen casi perfecta de la plaza del pueblo, incluso con gente deambulando, pero sin detalles que los distingan, es por esto que los niños que jugaban alrededor de Kevin no tenían rostros; porque no eran importantes para la visión.
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Supay (Leyendas de la Periferia - Vol. II) (Borrador)
HorrorUn mal aterrador ronda en el pueblo de Garganta Amarga. La subcomisaria Bonelli no tendrá más remedio que recurrir a sus contactos del ABLO para detener los macabros hechos. Viejos aliados regresarán, nuevos llegarán, y como siempre... la muerte los...