Capítulo XXII: ¿Y vos quién sos?

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Sofía ordenó otra ronda de café, curiosamente ya nadie tenía apetito, excepto Zenelle que comía por dos y pidió un jugo con un trozo de tarta de frutillas. La subcomisaria se preguntó si sería saludable que esté comiendo mientras contaban la historia de esos tres hombres. Desde la anécdota en casa de Laura, de cuando Cacho consiguió el tapao, muchas veces había perdido el apetito; intuía que algo peor se podría avecinar en el relato.

—¿Dónde estará Cacho? —comentó Beto.

—Seguro que está rumiando con sus cigarrillos afuera, cagado de calor —contestó Miguel, con una leve negación de incredulidad.

—¿Por qué no viene? —intervino Zenelle, mientras se zampaba un pedazo de tarta. Beto suspiró.

—Él es así. No le gusta hablar de todo esto. Lo pone incómodo.

—Es vergonzoso —agregó Miguel, sonriendo.

Sofía soltó una risa incrédula.

—¿Cacho Esquina? ¿Vergüenza? —continuó riendo—. Si alguna vez conocí un hombre más... incorrecto que Cacho, no lo recuerdo.

—Así como lo ves, cuando éramos chicos, estuvo cinco años tratando de juntar valor para invitar a salir a la chica que le gustaba. —Beto sonrió al recordar la anécdota—. Y cuando lo hizo, ella le dijo que lo estuvo esperando tres.

Las carcajadas de los dos hombres alivianaron un poco el ambiente, eran sinceras y aunque cargadas con un poco de burla, también había mucho cariño.

—Uno pensaría que con tantos años que dice tener... algo habría aprendido —comentó Sofía, tirando el anzuelo para ver si los otros mordían.

El silencio que siguió a sus palabras le indicó que había dado en el blanco, y no pudo reprimir una sonrisa ante el gesto de sorpresa de los otros.

—En parte, fue eso lo que lo detuvo tanto tiempo. Se sentía viejo —contestó Miguel.

—Y lo era —agregó Beto con un gesto elocuente de incredulidad—. Para esa chica era en exceso viejo.

—No entiendo ¿de qué están hablando, mpumi? ¿Acaso tu amigo no tiene la misma edad que ustedes? —susurró Zenelle.

Beto dudó antes de continuar.

—¿Te molesta que retome desde acá? —consultó, y Miguel asintió en silencio. Beto le tomó el rostro a su esposa—. Amor, ¿cuántos años tengo?

—Treinta y seis —contestó, y ante la sonrisa extraña de su marido agregó—. Hasta donde yo sé y lo que figura en tus documentos, tienes esa edad.

Beto hizo un cálculo rápido, Miguel lo acompañó con una mueca mitad sonrisa y otra parte dolor.

—Tengo al menos quince años más —respondió Beto, señalándose la cabeza.

—Sí, aproximado, yo estimaría unos diecisiete —acompañó Miguel.

Las mujeres los miraron incrédulas. Ninguno aparentaba ni un año más de los que tenían, incluso menos en el caso de Beto, que estaba en muy buena forma. Sofía no pudo evitar notar los brazos musculosos que escondía la camisa a cuadros que llevaba. Ninguno de los dos tenía canas ni arrugas.

—Pasen la receta —ironizó Sofía, aunque sin entender del todo a qué se referían.

—Es un poco complicado de explicar, pero trataré de hacerlo ameno —respondió Beto, hizo una prolongada pausa—. ¿Ustedes qué creen que es la realidad? ¿Y el tiempo?

Zenelle fue la única que le dio un genuino pensamiento académico al asunto. Las otras siguieron mirando extrañadas.

—Si te refieres al conjunto de todo lo existe, eso. Más allá de las percepciones, emociones y creencias que tengamos como individuos. Y el tiempo es la constante lineal a través de la cuál se desarrollan los eventos —contestó la doctora zulú, con bastante seguridad de lo que decía.

Supay (Leyendas de la Periferia - Vol. II) (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora