Capítulo XIX: El otro mosquetero

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La cara de Sofía era de completo desconcierto, las otras dos mujeres no lo conocían a Cacho como para sorprenderse, para ellas era un perfecto desconocido, aunque Zenelle podía leer en el rostro de Beto la aflicción que le causaba esa noticia. De hecho, el biólogo acarició de forma protectora el vientre hinchado de la zulú, y dibujó un símbolo invisible con los dedos.

La curandera permaneció de brazos cruzados, observando a todos los presentes, se sentía incómoda en extremo, fuera de lugar. Quería irse, pero Miguel se había sentado estratégicamente para evitarle la fuga. En realidad, del que más quería escaparse era de él. La visión que tuvo al tocarlo fue demasiado fuerte, no quería ese futuro bajo ninguna circunstancia, tampoco quería saber más de su pasado. Todo llevaba al desastre.

—Quiero irme —anunció Sebelinda con timidez, haciendo amago de levantarse—. No quiero ser parte de lo que sea que pasa aquí.

Miguel se incorporó y su torso ancho cubrió la retirada de la joven. Sebelinda levantó la cabeza para mirarlo, una súplica en sus facciones aniñadas.

—Dejáme ir... por favor.

—Solo si me decís que sabés acabar con una bruja —replicó Miguel, con un poco de urgencia en el tono, su habilidad había descubierto a la pequeña curandera y eso implicaba que las brujas también podrían.

—Claro que sé —mintió Sebelinda, y era muy buena mintiendo, años de práctica con sus clientes. Pero Miguel no era un cliente, y la miró sin mirarla, como si estuviera concentrado en un punto por detrás de su cabeza.

—No, no sabés —determinó, tajante—. Si te vas sin saber, te van a matar... y no será piadoso. Te lo aseguro. Son pocos los que pueden verlas como son, y los que saben terminan muertos o peor.

—¿Y vos qué sos? ¿Un brujo o algo así? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó, desesperada, abarcando con la mirada a los presentes—. Esa niña lloraba por su papá, como si estuviera muerto, pero me dicen que es ese hombre de ahí. La policía la busca. Las brujas están secuestrando niños y nadie dice nada, excepto por esa chiquilla ¿Qué es esto?

El silencio se apoderó de los congregados. Había demasiados interrogantes, y Sebelinda acababa de agregar algunos más. La mención de que la niña lloraba por su padre muerto provocó un gesto de tristeza en Cacho, y lo de los niños secuestrados uno de preocupación en Sofía, que no tenía más novedades que la pequeña Carla Salgado.

Miguel siguió con su iniciativa y le acercó de nuevo la silla a la curandera, sin ninguna mala intención tocó su hombro para acompañarla a sentarse de nuevo. Sebelinda pegó un salto hacia atrás.

—¡No me toqués! ¡No me toqués! —exclamó enfurecida.

—Tranquila..., por favor. No fue mi intención —se excusó Miguel, levantando las manos en señal de paz.

Sebelinda lo miró con aprehensión y después a los demás, avergonzada por su reacción, y se sentó, arrebujándose en sus delgados brazos. Las pecas casi que se ocultaron en su enrojecido rostro.

—Solo... no me gusta que me toquen.

—No lo sabía. Te pido perdón, no lo volveré a hacer —agregó Miguel con toda la cortesía que pudo reunir, que era mucha. De los mosqueteros, él siempre fue el más diplomático y cándido. Mientras que Beto era el más rápido para la ira. Y Cacho era... Cacho, nunca se sabía cómo podía reaccionar.

Llegaron los cafés y refrigerios para todos, la camarera, muy atenta repartió en un santiamén y se dispuso a retirarse. Miguel hizo el intento de pagar, pero la muchacha se negó.

Supay (Leyendas de la Periferia - Vol. II) (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora