8

1 0 0
                                    

2029

    Había silencio. Uno reconfortante e inmaginable. De esos los cuales pareciera que el mundo acordara para callarse y que la tibieza de tu almohada se hundiera en tú nuca construyendo el lugar más cómodo del mundo.

     Con esa pereza, abrí los ojos y volví a cerrarlos, girándome en mi lecho para aferrarme con una sonrisa en mi almohada, solté un suspiro satisfecha; pero a pesar de que  dormí más en comparación a otras noches, aún me sentía muy cansada, ya que había conciliado el sueño muy tarde recordando las últimas palabras que me dijo ayer:

"Gracias, por recordarme que sigues aquí"

      El solo pensamiento de su voz, hizo que me diera cuenta que aquella carencia de ruido era irregular. Abrí nuevamente los ojos, esta vez, prestando atención al susurro del viento que era el único que hablaba en ese momento, no obstante, por primera vez mis oídos no lograban escuchar nada:

    Ni gemidos de placer, ni el tintineo de copas rompiéndose o el chillido de los resortes de la cama al flexionarse.

  La quietud y la paz, después de semanas acostumbrada al ruido, parecía irreal.

    Intenté ignorarlo y solo disfrutar de este momento sublime, y aunque volvía arroparme con mis sábanas y me acomodaba para seguir durmiendo, no pude conciliar el sueño.

     Mi mente rebobinaba al momento pasado, y de cómo todo pudo cambiar tan de repente. Después de semanas juntos, en el instante conflicto y de mentira fue la única ocasión, desde que llegué, que parecía más él: el chico explosivo y sincero que solía ser hace diez años.

     Las horas pasaban deprisa, y así como pasaron estas, de igual forma los días cumbres para dar una respuesta a Doña Rebecca sobre mi decisión.

"Se ha desocupado una habitación en el segundo piso, podría dártela" me dijo la Señora Rebecca cuando bajé en la noche de vigilia "Avísame el lunes siguiente" me pidió.

    La oportunidad había retoñado de pronto.

    Pero, la verdad: ¿Quería irme? ¿Quería huir?

      La verdad, había entregado cariño a esas paredes, sin embargo la incomodidad seguía latente, dos conocidos de mundo distintos.
    
   ¿Será que ambos no habíamos colocado un poco de voluntad?
Me levanté de golpe de solo pensarlo: "Gracias por recordarme que estás aquí." Repetí en mi mente.
    
     Jamás conversamos sobre lo que pasó entre los dos. Quizás estábamos evadiendo el tema ambos y no habíamos dado nuestra mano a torcer para llamarlo hogar.

     Y él era incapaz de ser el primero. Quizás en esta ocasión, yo nuevamente debería dar ese "Primer paso".

*****
     Vagué descalza de mi cuarto hasta el salón. Admiré el ambiente con detenimiento. Los suéteres y cajas de pizza aún permanecían en su sitio, ya una capa de moho empezaba a cubrirlos. Y sin hablar del manto de polvo sobre los muebles.
 
   Había vivido en un lugar insalubre todos estos días, ignorando y sobretodo creyendo que no era una responsabilidad mía.

      Pero, también era en el fondo producto de mi evasión; de mi ganas de evitar llamar ese sitio "Mi hogar" sin ni siquiera intentarlo.

     Quizás, lo único que le faltaba, como diría mi amigo Luigi: "La intrusión femenina" en esta situación, una acción "En el lugar donde nunca la llaman".

   Con una determinación clara, fui al closet de los productos del quehacer y me armé con una escoba y un coleto humedecido con cloro —que le pedí a la casera porque, cabe destacar que no poseía ningún producto. —
Como era costumbre los días de limpieza en mi tierra, y normal del complejo de "Señora", encendí el reproductor y coloqué el mix las canciones despechadas más icónicas. Y limpié con una pasión inhumana:

Si Hubiera Sido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora