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2029


En mis auriculares suena "Rosas" de Oreja de Van Gogh. A penas escuchaba la voz de Amaia Montero, mientras corría escalinatas arriba. Era un fondo instrumental en mi cabeza que traía un recuerdo cruel a mi mente.

Me detuve en el punto más alto, jadeante y exhausta. Miré a mi izquierda la bahía serena y despejada, una completa ironía ya que no era nada parecido a lo que escuchaba, pero sentía que llovía en mi interior: sonaba a pasado, de esos primeros días cuando cambiaba el playlist para no escuchar sus canciones. De esa... tarde lluviosa en mi ciudad natal. 

En fin, de nada sirvió escapar muy de madrugada de la habitación, sentía el pasado persiguiéndome. 

A penas el sol alumbró las calles de Positano escapé del lugar, dispuesta a solo regresar a buscar mis maletas. Pero, creo que recorrí toda la costa de Amalfi y solo había ganado agallones. Porque toqué la puerta de muchas posadas y no encontré nuevas noticias. 

Esto no era posible ¿En verdad, estaba condenada a convivir 24 horas, los siete días a la semana con él? Debía tratarse de una broma. 

Debería considerar mudarme debajo de un puente, pensé mientras veía el mar cián mecerse en el horizonte. Todo era tan irónico: podría escapar de esas paredes, pero estaba atrapada en algún lugar del océano. Por lo que, debía tragarme mi orgullo y volver.  

*****

Abrí la puerta de caoba con cuidado, un silencio sepulcral inundó mis oídos; un departamento en penumbra me recibió. Aunque eran pasadas las doce.

La voz de un niño lo rasgó finamente. 

Seguí la voz a través del salón y, encontré unas puertas corredizas al lado del gran ventanal. Abrí ambas compuertas, y encontré a Derek mirando a través de sus gafas a un lindo niño, que no debía tener más de siete años.

Me quedé mirando más de lo esperado su rostro cubierto por esos lentes de medialuna. 

-Has llegado.- anunció volviéndose hacia mí- Esa salida fue larga. No sabía que corrías - comentó. Pero, yo no respondía, solo miraba los cuadernos de dibujo y de raya sobre una pequeña mesa de té. Él adivinó mis pensamientos. 

-Te presento a mi alumno de español: Ian.- contó- Saluda, Ian. - ordenó. 

-Ciao... -comenzó. 

-No, no. -lo interrumpió- Ella habla español. 

-Hola- dijo alzando su pequeña mano; pronunciando con dificultad y con extraño acento las palabras. 

-Hola.-dije con una sonrisa, imitando su ademán. 

- El almuerzo está en la mesa.- anunció. - Puedes venir a escribir a este lugar cuando terminemos- asentí, cerrando nuevamente las puertas. 

Fuí a la barra, allí reposaban tres cajas de arroz chino frío. Miré de reojo los palillos y las dos cajas vacías. 

Será una broma... pensé, intentando creer que eso no era el almuerzo. Pero, era real.

Tomé ambos envases y lo coloqué en la basura. Guardé el mío en el refrigerador. A continuación, caminé casi en automático a la habitación. 

Cuando me dirigía a ella, noté la puerta de su cuarto entreabierta, allí había un escritorio con una gran sábana negra encima ¿Qué sería? No le di importancia. Cerré mi puerta a mis espaldas. 

Y encendí el computador, y me senté como indio sobre la cama. Miré lívida la página en blanco, pero solo me limité a observar y meditar, ni siquiera sabía para que la había encendido: no tenía un plan literario ¿Sería ya un hábito involuntario? ¿Desde cuando esa costumbre resultaba rara para mí?

Si Hubiera Sido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora