Capítulo 2: Contrato al Infierno

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Un día antes de la Historia de Nimbus....

Estaba cómodamente sentado en mi despacho, en una de esas caras sillas de escritorio llamadas "gamer" o algo así con las piernas en alto, mientras comía un trozo de pizza de mi sabor favorito.

Mi despacho no era nada lujoso, de hecho, era tan modesto que parecía ruinoso, claro que, para mí, ahí estaba el encanto. Tenía una mesa vieja llena de papeles desordenados de casos paranormales que me iban llegando, pero no acababan de interesarme demasiado. Yo solo cazaba a los más grandes y muchos de esos eran simples apariciones que luego resultaban ser fotos modificadas con "Photoshop" y casi todas sacadas de internet. Tenía un portátil viejo con varias teclas perdidas a las que tenía que acabar pulsando con los palillos chinos que me sobraban del sushi barato de supermercado. No era un negocio muy rentable...

Cuando estaba a punto de acabarme la pizza llamaron a la puerta. Siempre que alguien llamaba, se caía el cartel que tenía pegado con un chicle que decía: "llamar antes de entrar". Como se caía hacia afuera, decidí pegarlo por dentro; claro que los clientes veían el chicle por fuera, pero mejor eso a que algún gracioso me lo acabase robando.

Le dije «adelante» con la boca embuchada de meterme los últimos dos trozos de pizza de un bocado para no tener que ofrecerle a la clienta. No me gustaba compartir la pizza, como a casi nadie supongo. La mujer pasó.

—¿Le importa pegar de nuevo el cartel a la ventana de la puerta? —le dije antes de que se sentara—.

—Claro... —dijo con una expresión dubitativa que pasó a un gesto de asqueada, al ver el chicle lleno de pelos en el letrero pegado.

Era una señora pelirroja de unos cuarenta años y era preciosa. Claro que, me sacaba al menos diez años. Pero oye, no me hubiese importado cobrarle la herencia o como lo llaman ahora, amarla de por vida.

Se puso a mirarme de arriba abajo con una expresión tipo "¿dónde diantres me he metido yo?" seguido de un leve silencio incómodo. Pude analizar en su mirada que andaba algo desesperada y le pregunté si estaba bien. Ella empezó a explicarme que la habían timado al comprar un terreno con una pequeña casa construida. Le había costado bastante barata. Pero tuvo después el problema de que dos ocupas habían invadido la casa y todos los intentos de echarlas habían fracasado por alguna extraña razón.

Mi expresión cambió un poco a enfado. Me pareció que no sabía a qué me dedicaba yo:

—Disculpe señora, pero yo no soy de urbanismo, ni agente de la autoridad y mucho menos un abogado —respondí sarcásticamente—. Yo soy cazador de leyendas urbanas. Me encargo de fantasmas, brujas, demonios, y demás... ¿no sé dónde quiere que entre yo en todo eso? — dije mientras cruzaba las piernas por encima de mi escritorio—.

—Es una pequeña aldea con varias casas muy separadas y nunca ha pasado nada hasta que llegaron ellas —dijo bruscamente mientras parecía que fuese a llorar—. Ya nadie quiere vivir allí. Antes casi nunca había tormentas, ahora los rayos caen en la zona como si fuesen... —agachó la cabeza con miedo—... como si fuese cosa de brujería.

Se recompuso un poco, secó sus lágrimas y suspiró fuerte mientras doblaba su pañuelo para guardarlo.

—Antes que usted, contraté a otro cazarrecompensas muy caro para poder echarlas, pero no he vuelto a saber nada. Le aseguro que le pagaré lo que me pida con tal de sacarlas de allí; el dinero no es un problema. Igual le suena mi nombre: me llamo Eva Núñez y soy la mujer más rica del pueblo.

Suspiré un segundo, y pensé: «No me suena para nada. No obstante, puede que se trate del típico caso de mujeres solas e incomprendidas, que sus exparejas han dejado sin dinero y se han visto forzadas a ser ocupas. Por lo tanto, sería la escena perfecta para entrarles, a ver si tengo suerte y una de ellas quiere salir conmigo, que ya cansa esto de la virginidad a los treinta y algo».

El Cazador de Leyendas Urbanas Vol.1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora