Capítulo 14

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No parecían haber límites para mi ineptitud. Ese fue el pensamiento que me asaltó cuando derribé un plato con mi codo y este provocó un estruendo al estrellarse contra el suelo. Era mi tercera víctima. 

– Te recuerdo que la vajilla no nos sobra, Christine –dijo Dana mientras recogía los escombros del accidente con un escobillón y una pala.

– Lo sé, lo siento –dije, alejando la pila de loza de la orilla de la encimera–. Estoy aprendiendo, lo haré mejor.

– Sí, ya lo escuché varias veces. Está bien, pero intenta hacerlo sin llevarte a inocentes contigo. –Echó los restos en una bolsa.

Se abrió la puerta de la cocina y la brisa marina me golpeó la espalda. Nailah entró con un plato de comida vacío y se acercó a nosotras, que llevábamos una buena porción de la tarde agobiándonos con mi nueva tarea.

– Deja que la chica nueva lo lave –le indicó Dana.

– Lo haré yo. –Se limitó a responder Nailah.

La sentí a mi lado y la miré. Tenía esos ojos que usaba para intimidarme, de modo que me retiré de mi lugar frente al lavavajillas sin protestar. Ella agarró la esponja y la enjuagó varias veces. Decidí prestar atención a sus movimientos para imitarla después. Frotó su plato de una manera particular, dibujando circunferencias y figuras geométricas de manera reiterada y como siguiendo un sendero delimitado con anterioridad. Era algo peculiar y, supe de inmediato, una rutina inventada por ella. Cuando terminó de secarlo y lo dejó junto a la loza limpia, le habló a Dana:

– El entrenamiento empieza en veinte minutos.

Me enderecé de inmediato. ¿Qué entrenamiento? ¿De qué hablaban? La guerrera abandonó la cocina y, 15 minutos después, mientras terminaba de secar una taza, formulé mis preguntas en voz alta.

– Nailah nos pone en forma. Además, tenemos que saber pelear bien.

Claro que sí. Así era cómo estas personas cumplían sus sueños en la Gran Era Piratas. Me quedé pensando en las batallas ilustradas en libros de historia y en la risa de Gold Roger antes de morir, a la vez que mi displicente compañera me guiaba hasta un almacén que debía limpiar.

– Cuidado con las arañas –fueron las palabras de ánimo con las que me despidió.

Desde el rincón de la cubierta donde me encontraba podía ver el patio en el que Nailah había puesto una fila de postes de madera que, asumí, utilizarían como sacos de boxeo. Marina fue la primera en llegar. Juntas empezaron a elongar, hasta que llegó Dana, a quien le reprocharon el retraso. Yo las miraba con atención, descuidando mis labores, pero haciendo un activo esfuerzo por memorizar sus movimientos. Trotaron por la cubierta un rato, mientras yo sacudía alfombras de manera distraída, y después Nailah empezó con una coreografía de golpes y patadas al aire que al parecer ya se sabían de memoria y que seguían al unísono. Alguien habló a mis espaldas y me hizo saltar en mi lugar.

– ¿Ya andas de ociosa en mi nave?

Era Madame Icarina y yo tuve que tranquilizarme antes de responderle.

– Lo siento. Me interesa mucho verlas entrenar.

Ella asintió en silencio.

– Yo entrenaría con ellas, pero amanecí con una molestia en el estómago y lo mejor es que no me mueva mucho.

La capitana solía dar paseos por el barco con una taza de té en mano, fingiendo que se dedicaba a tareas de vital importancia.

– ¿Usted cree que yo podría entrenar con ellas? –le pregunté.

Ace, soy una Tenryuubito || One Piece || AcexOcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora