Capítulo 11

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–No va a funcionar –Las pupilas de Kel temblaban mientras me miraba con el cuerpo petrificado por la indecisión– No... va... a funcionar.

–Eso no te incumbe –repliqué, sin dejar de maniobrar la horquilla dentro de la cerradura. Llevaba un buen rato penetrando el agujero con el extremo del palillo metálico, tratando de presionar cada centímetro del mecanismo interior. Sin alterar mi temple y con voz suave dije:– Tu única obligación ahora es ir a avisarle a Llaves que estamos generando problemas... que es la verdad. Esa debería ser tu prioridad. Claro, en caso de que no quieras ser considerado nuestro cómplice.

Jean volvió a mirar mis manos inquietas y tragó saliva. No tenía salida y lo sabía. Pero de seguro el miedo lo mantenía pegado al suelo bamboleante. El aire era pesado y las chicas a mis espaldas parecían no respirar. La inacción pareció liberar finalmente a Jean, que salió disparado por la puerta.

–Espero... realmente que se equivoque –Tabetha, la mujer morena, tenía gruesas gotas de sudor destellando en la frente. A mi otro lado, Marina me observaba con un nerviosismo contenido. No dejé de taladrar con la horquilla, aunque mis dedos llevaban un rato acalambrados. Escuché un "tik", lo que indicaba que un extremo del metal acababa de trozarse un poco. Seguí presionando.

Todas alzamos la cabeza ante el sonido de las pisadas y seguidamente entró Llaves, con su barba bien recortada y una discordante marca de nacimiento cubriéndole el brazo derecho. Venía cabreado, se notaba. Apenas lo vi solté la horquilla y con torpeza volví a introducir mis manos al interior de la celda. Por un momento perdí el equilibrio y tuve que apoyar mi cuerpo contra los barrotes para no caer; uno de mis pechos se estrujó contra el metal. Vi la confusión y la irritación en la mirada que posó Llaves en mí.

–¿Qué estabas haciendo? –su voz era áspera, enronquecida por el tabaco. Me hizo un gesto brusco con la cabeza y caminó en mi dirección–. ¡Te hablo a ti! En qué andas, puta.

Me alejé un poco de las rejas, pero no tanto. Percibía perfectamente el olor nauseabundo del pirata.

–Estoy aburrida –dije con molestia y una buena dosis de capricho– Los escucho, escucho la música allá arriba. Me imagino que se la pasan tan bien y yo llevo mucho tiempo acá encerrada. No entiendo por qué no puedo divertirme con ustedes.

El pirata frunció un lado de su rostro y me miró con recelo.

–¿Y a ti qué te pasa? ¿Te sacaron de un zoológico?

–Hablo en serio –solté un sonoro gemido de lamento– este lugar es horrible y no aguanto esta situación por más tiempo. No aguanto estar más tiempo sin un hombre. No entiendo por qué no puedo compartir con ustedes, contigo. –Aproveché que la suciedad mantenía mi camiseta pegada al cuerpo y apoyé uno de mis brazos en los barrotes para que se notara el contorno de mi busto–. Estoy sedienta, de verdad, haría lo que fuera.

El hombre rió despectivamente, aunque pude percibir un bajo nivel de nerviosismo.

–¡Estas mujeres! Yo... yo me largo.

Antes de que alcanzara a voltearse volví a hablar un poco más fuerte.

–¡Mira tú estos piratas! Tanto tiempo se la pasan solos en el mar que ya no se sienten capaces de estar con una muchacha. Qué desgracia la mía, haber sido secuestrada por una banda de mojigatos.

Llaves soltó un largo suspiro. Mi cabeza trabajaba a mil por hora tratando de pensar en cómo iba a continuar con el discurso si no picaba. Sin embargo, no fue necesario; el pirata se dio la vuelta y, sin mudar su expresión seria, se aproximó a la puerta de la celda con la mano albina rebuscando en su bolsillo.

Ace, soy una Tenryuubito || One Piece || AcexOcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora