Era un día ordinario en el archipiélago Sabaody, el lugar famoso por ser la última parada de Paradise, la primera parte del Grand Line, para los piratas que quieren pasar al nuevo mundo y la primera de aquellos que por alguna razón regresan de ese turbulento mar con diarios de navegación rebosando de aventuras que eran capaces de asombrar al más incrédulo.
Un barco pirata acababa de fijar el ancla a un lado de lo que era el grove número 43, uno de los 79 islotes que se formaban por las colosales raíces de los árboles conocidos como Mangrooves. Se escuchó un ruido seco cuando unas botas negras saltaron de la embarcación y aterrizaron en el respectivo manglar. El misterioso hombre contempló su entorno mientras sus pulmones se dotaban de una buena bocanada de aire fresco y la comisura del lado derecho de su boca expresaba una sonrisa.
El resto de hombres que lo acompañaban empezaron a desembarcar; se notaba a la distancia que era una tripulación funcional que estaba lista para abastecerse de los víveres necesarios para llegar a la siguiente isla y entre todos se repartían la tarea, menos el que estaba a cargo.
-¡Ace! ¿Vienes con nosotros?- preguntó uno de los hombres dirigiéndose al que ya había saltado del barco.
-No- respondió el hombre antes de acomodarse su pintoresco sombrero- Voy a dar una vuelta. Confío en ustedes- y dicho eso empezó a alejarse caminando con la espalda erguida y las manos en los bolsillos.
El comandante de la segunda división de Barbablanca estaba acostumbrado a convivir con sus nakamas, pero de vez en cuando le gustaba andar por las suyas, con que fuera solo un día le bastaba.
-Está bien, nos reagruparemos acá al anochecer ¡Recuerda tener cuidado con los tenryuubito!- le gritó su nakama al pirata que continuaba alejándose cada vez más mientras agitaba la mano izquierda sin voltearse en señal de despedida.- Uff no tiene remedio.
-Déjalo, es el comandante, sabe cuidarse solo- dijo un hombre de tamaño sobrehumano llevando unas bolsas en la espalda con una sonrisa en el rostro.
. . .
Todos los transeúntes que tenían la ocurrencia de toparse con los dos tenryuubito que habían decidido salir a pasear por el archipiélago de Sabaody ese día tenían que detener todo lo que hacían para mostrar su veneración al hincarse de rodillas al suelo y bajar la cabeza mientras se apoyaban con las manos en una prolongaba reverencia. Nadie podía mirarlos a la cara, nadie podía mover un músculo.
Ambas figuras caminaban con una tranquilidad envidiable, era un hombre y una mujer: Stella Sanctus y su hija. Sus trajes ridículos los protegían de tocar cualquier cosa perteneciente al mundo de la gente ordinaria y la burbujas que cubrían su cabezas les permitían no respirar el mismo aire que la gente que no tenía la misma herencia sagrada que ellos.
-Debo admitir, Maris, que no entendía porqué querías venir a la subasta. De pequeña siempre te resistías, pero ahora lo entiendo, creo que es la octava tienda de ropa que vamos a visitar.
-Lo siento, padre. Estoy muy emocionada, es momento de tener un prometido y para eso necesito verme apropiada- dijo la muchacha con una sonrisa de oreja a oreja- además es muy divertido venir a probarse ropa.
-Me alegra de que te guste hija, tenemos todo el dinero del mundo, pero ya se acerca la hora de la subasta…
-¡Oh no padre!- dijo ella con un puchero. Mientras conversaban dejaban tras suyo una cola de gente que le habían abierto paso a la vez que pegaban la cabeza al piso- Tengo mucho que comprar, quizá cuándo será la próxima vez que tenga una oportunidad como esta.
Se padre se mantuvo en silencio por unos segundos.
-Está bien, ya va un año que tienes un excelente comportamiento, te mereces un día de compras.
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Ace, soy una Tenryuubito || One Piece || AcexOc
FanfictionMaris halló una oportunidad para escapar de su familia de sangre noble. En su camino de salida del archipiélago Sabaody se tropezará con Ace, el comandante de la segunda división de barbablanca, quien le despertará fuertes sentimientos con los nunca...