Podía escuchar a mi corazón latiendo con fuerza en mis tímpanos. Clyde me sostenía la mirada con una intensidad penetrante de la que no podía escapar. La tensión se palpaba en el ambiente.
Le dijo algo más a su hermana sobre los Grant, pero no llegué a escucharlo con claridad. Cándida, ajena a todo tipo de rigidez, parecía realmente emocionada de nuestro reencuentro. Se mantenía a nuestro lado, a la espera de que alguno de los dos diera el primer paso. No sabía si abrazarlo, saludarlo de forma amistosa o continuar con la conversación como si nada hubiese pasado. Desde luego, después de siete años, besarlo en los labios estaba muy fuera de lugar.
—Hola —quise pronunciar. Mi voz no sonó tan clara y alta como lo hacía en mi cabeza.
Lucía realmente bien. Los años y el trabajo físico habían moldeado su cuerpo en forma de uve y cada uno de sus músculos, debajo de las prendas de abrigo, parecían bien definidos. Tal vez también estaba un poquito más alto. Que llevara barba de unos días me hizo verlo más varonil, adulto y... atractivo. Creí haberme olvidado de lo guapo que siempre había sido y seguía siendo.
Sin dejar de dedicarme esa mirada intensa y enigmática que me tenía desconcertada, me devolvió el saludo. Me escudriñaba como si a través de sus ojos quisiera saber cada íntimo detalle que me llevó de regreso al pueblo. Como si anhelara con todas sus fuerzas conocer cada día que pasé en la ciudad. Como si deseara volver al punto de partida para convencerme de que no me fuera y para que este momento tan tajante que estábamos teniendo ahora, no sucediera jamás.
O quizás eso era todo lo que solamente yo quería que pensara en esos momentos.
Objetivamente, lo único que me transmitía su mirada era nostalgia y dolor. Probablemente no esperaba mi regreso, y mucho menos ahora. Tras tantos años fuera y sin haberme relacionado con todos mis vecinos durante ese tiempo, había dado a entender que mi vida estaba en Edimburgo. Tal vez Clyde ya lo hubiera asimilado y el hecho de haber vuelto ahora lo desconcertara por completo. Nunca quise coincidir con él durante mis visitas por miedo a hacerme y hacerle daño. De haber cedido a mis desgarradores deseos de llamar a su timbre cada vez que venía y abrazarlo con todas mis fuerzas al principio, hubiera renunciado a mi carrera.
Podía reconocer un atisbo de resentimiento.
—¿Por qué no vienes a tomarte una taza de té en la tienda? —intervino Cándida—. Así nos hablamos un rato.
Su voz me dejó un poco aturdida. Aún examinando a Clyde y la forma en que me miraba, no me vi capaz de reaccionar.
—No, no... —pronunció mi boca antes de que ni siquiera pudiera cavilar—. Ahora no creo que pueda. Llego tarde a un sitio —mentí.
Las palabras se habían aglutinado en una excusa antes de valorar realmente la propuesta de Cándida. Desvié la mirada hacia el suelo pero percibí cómo Clyde entrecerraba los ojos, probablemente siendo consciente de que lo que había dicho no era verdad.
Quería huir de allí en ese mismo momento a la vez que estrechar entre mis brazos con todas mis fuerzas a la persona con la que más había confiado, sentido y amado años atrás. Simplemente, mi nerviosismo, vergüenza y yo qué sé, ¿tal vez culpabilidad?, me estaban jugando una mala pasada.
Cándida parecía desilusionada, pero intentó ocultarlo tras una sonrisa forzada.
—Está bien... tal vez a la próxima, entonces —dijo amablemente.
Asentí con la cabeza y entrelacé mis dedos por detrás de mi espalda. Apreté mis labios y me balanceé sobre uno de mis pies. Me arrepentí en ese mismo momento de haber rechazado su oferta, pero no tuve las agallas suficientes de cambiar de opinión en voz alta.
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Una promesa en las Hébridas
RomanceTras la marcha de Freya Ferguson a Edimburgo para estudiar y de haber dejado toda su vida atrás en su pequeño pueblo de las Hébridas, Clyde Hume, su primer amor, se queda al mando del negocio familiar que desde siempre ha dado de comer a toda su fam...