Capítulo 8

10 1 0
                                    

Las "braguitas", si es que disponían de la suficiente tela como para llamarse así, eran las más atrevidas que había llevado en toda mi vida. No es que se me viera medio culo: es que la tela no cubría ni una enésima parte de este.

A pesar de mis interminables suspiros, lamentos y quejas en silencio, finalmente le envié las fotos que Malcolm me pidió el día anterior, asegurándome de que mi rostro no aparecía ni por asomo en ninguna de las imágenes. Nunca había enviado fotos de mí misma en ropa interior a nadie anteriormente. Esta era la primera vez, y no me sentía demasiado cómoda con ello. Después de recibirlas, me llamó por teléfono.

—Todo te queda estupendamente —comentó, sin ocultar la emoción en su tono de voz—. Ojalá tenga éxito, Freya, de verdad.

—Bueno... —murmuré—. Tampoco son fotografías de gran calidad.

El hombre rio.

—Claro que no —contestó, como si fuese evidente—. Las fotografías de calidad las haremos en una sesión profesional —me explicó—. Antes de la inauguración de la tienda necesitamos tener los escaparates preparados.

Me sonrojé inmediatamente.

—Pero... —empecé a decir.

—Tranquila. Seguiremos conservando tu anonimato —me aseguró, interrumpiéndome—. No te preocupes... La realidad es que no tengo presupuesto para pagar a ninguna modelo —dijo, en un tono más bajo—. Pero tu cuerpo es envidiable. Nadie sabrá que eres tú: te tomaremos fotos de espaldas, jugaremos con tus cabellos... tu rostro no aparecerá por ningún lado. Te lo prometo.

Cerré los ojos casi rezando para que esto no fuese real y después de una larga charla, no tuve otra opción que aceptar su propuesta. Al parecer, las fotos que me había pedido en un inicio eran solo para comprobar que las prendas me quedaban bien y que mi cuerpo era de su agrado para promocionar su ropa a partir de este.

¿Tenía derecho a sentirme utilizada?

Tras concienciarme de lo que Malcolm me proponía y sin ser capaz de negarme porque además de que no quería perder el trabajo él parecía necesitarme verdaderamente, decidí vestirme con unas mallas afelpadas y un suéter para salir a airearme. Eliana me había escrito por la mañana preguntándome si me apetecía salir a recoger setas con ella y Cándida me había insistido en que fuera a tomarme esa taza de té que teníamos pendiente. Tenía todavía algunas gestiones relativas al balance económico de Lencería del valle de la seda, la boutique de Malcolm, pendientes por realizar.

De momento, estaba claro que todo eran pérdidas. Aun con la tienda por inaugurar y con todos los gastos que suponía conseguir las existencias necesarias para llenar los percheros, la campaña de marketing, los impuestos al ayuntamiento por los escaparates y el alquiler del local, más le valía que su emprendimiento tuviera éxito, para, al menos, ganar un poco más de lo invertido. Mi sueldo también dependería de ello.

Después de arreglarme, me dirigí hacia la entrada del bosque para realizar la primera parada del día. Allí estaba Eliana, con una sonrisa de oreja a oreja, con dos trenzas castañas que le llegaban a la cintura y con una cesta de ratán vacía, esperándome.

De mi infancia recuerdo que por los últimos domingos de octubre era tradición adentrarse en las profundidades del bosque para volver a casa con una cesta repleta de champiñones y comérselos bien asados para cenar. Sin embargo, cuando me fui a la ciudad, prácticamente puse en pausa todos los recuerdos relacionados con mis raíces aquí.

Eliana parecía realmente emocionada de que hubiera acudido al encuentro.

—¡Hola! —me saludó, con fervor.

Una promesa en las HébridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora