Capítulo 6

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—Gracias, señor Hume —dije con amabilidad, dedicándole una sonrisa cariñosa al hombre que se había quedado apartado en su propio negocio. 

Ignoré la figura de Susanne al murmurar un "hasta luego" y dirigirme hacia la puerta para volver a casa. Ella me acompañó y la sujetó con una mano con una expresión facial algo enigmática: no sé si lo hizo para hacerme un favor porque iba cargada con mis bolsas o porque realmente quería que me fuese de allí, cosa que no tenía demasiado sentido.

Me acomodé la compra para salir y justo cuando estaba a punto de hacerlo, alguien más aprovechó la puerta abierta y entró en el establecimiento.

Clyde llegaba respirando agitadamente y con algo de sudor en sus cabellos azabache. Llevaba un cajón de plástico repleto de productos congelados. Nuestros ojos conectaron rápidamente y debido a la velocidad con la que venía, no pudo detenerse hasta casi chocarse conmigo. Nos quedamos a escasos centímetros de distancia.

Tragué saliva con fuerza.

El que una vez fue mi novio siempre fue guapísimo. Sin embargo, estos últimos años le habían dado un toque más maduro y varonil, por lo que todavía lo encontraba más atractivo. Llevaba barba de un par de días y me hacía dudar si es que aún albergaba sentimientos por él en lo más profundo de mí.

—¿Llegaron bien las mercancías? —inquirió Ronald desde atrás.

Clyde asintió con la cabeza.

—Quisiera traerlas todas antes de que pierdan la cadena del frío —respondió, nuevamente como días atrás, sin dejar de mirarme.

Por unos momentos, su mirada divagó entre Susanne y yo, de la una a la otra y de la otra a la una. Ella soltó la puerta que estaba sujetando y golpeó ligeramente al muchacho, el cual se quejó con el ceño fruncido. Me volví hacia ella y me di cuenta de que se había cruzado de brazos.

—Pues venga, date prisa —ordenó, aparentemente molesta.

El chico me observó con detenimiento durante unos segundos más y pasó por mi lado rozándome ligeramente. Pude percibir un agradable perfume que me trajo mil recuerdos a la mente. Noté cómo se me puso la piel de gallina.

Clyde dejó las cajas cerca de las neveras de refrigeración y yo mis bolsas en el suelo.

—¿Puedo ayudarte? —le pregunté, increpándolo por primera vez después de tanto tiempo.

Él se giró lentamente hacia mí. Miró de nuevo a Susanne y luego empezó a asentir lentamente con la cabeza. Todo se quedó en silencio y me dio la sensación que solo estábamos él y yo en la sala.

Una pequeña sonrisa comenzó a esbozarse en mi rostro. No fui capaz de darme cuenta de la actitud desafiante que tenía la muchacha hacia mí.

—Descuida —dijo ella, con una voz de repente chillona —. Yo le ayudaré.

Él negó con la cabeza.

—Tu embarazo no te permite esfuerzos de este tipo —intervino Clyde con una sorprendente rapidez—. Vamos, Freya.

—¿Os conocéis?

Él pasó por delante de la rubia y después de todos estos años, me dedicó una sonrisa sincera. Susanne lo agarró del brazo con fuerza.

—Desde el día en que nacimos —le contestó él.

La muchacha me miró levantando una ceja, con lo que podía definir como desprecio. No entendía por qué tanto odio hacia mí hasta que, casi que obligándolo, le plantó un beso en los labios.

Mi mundo empezó a tambalearse por momentos. Me mareé.

Clyde, con una aparente incomodidad, se apartó con brusquedad de la que ahora parecía ser su pareja y empujando de nuevo la puerta con uno de sus brazos, me hizo un gesto para que lo siguiera. Mis piernas fueron tras él, a pesar de que mi corazón latía tan rápido que dudaba verdaderamente que les bombeara algo de sangre.

Clyde y Susanne. Eran pareja. E iban a ser papás.

Dios mío. ¿Tanto tiempo estuve afuera?

El chico me pasó un cajón de plástico con productos enlatados y al descargarlo sobre mis brazos, perdí un poco el equilibrio. Él me reforzó el agarre aguantando la mercancía con su mano sobre la mía con una sonrisa ladeada.

—Te puedo dar uno más ligero —dijo, divertido.

—Por favor.

Apartándose ligeramente y con lo que pareció un mínimo esfuerzo, cambió el que me había dado por otro que contenía paquetes de pasta y arroz. Aun así, también pesaba bastante.

—Ponlo sobre el que he llevado yo antes, si eres tan amable.

—Clyde —lo llamé, haciendo contacto con sus ojos. Cuando me miró, rápidamente me arrepentí de haberlo increpado —. Ehm... sí, claro, voy.

Me di media vuelta y me dirigí de nuevo a la tienda, sonrojada y avergonzada. ¿Qué narices estaba pensando al querer decirle algo? Habían pasado siete años. Era completamente normal que hubiera rehecho su vida con otra persona. Que hubiera planeado tener un buen futuro... sin mí.

Pero no podía evitar que me doliera como si mil flechas se hubieran disparado contra mi estómago y mi corazón.

Caminé sujetando el cajón con toda la fuerza de la que disponía, pero cuando llegué a la puerta, su voz me detuvo.

—No quería que te enteraras de esta forma —dijo, en un tono bajo, desde la lejanía. Conseguí escuchar cada una de sus palabras, pero me quedé completamente paralizada cuando las pronunció.

Me volteé hacia él.

—No tienes que darme ninguna explicación —le contesté, con una aparente tranquilidad que me sorprendió hasta a mí misma, pues sabía a lo que se refería—. Está todo bien, Clyde.

Él dejó todos los cajones en el mismo lugar de donde los estaba cogiendo y se mostró, por primera vez después de tanto tiempo, vulnerable.

—No. No me imaginaba que volverías —me confesó—. Y mucho menos ahora.

Dejé la mercancía yo también y di dos pasos hacia él. Él se acercó al mismo tiempo que yo, con lentitud. Estaba claro que teníamos una conversación pendiente, pero que ninguno de los dos se había atrevido a entablarla todavía.

—A veces las cosas no suceden como planeamos —dije, con una mueca—. Pero está bien así.

Clyde asintió con la cabeza. No necesitamos decirnos nada más.

Simplemente, dimos los pasos que nos separaban.

Y nos fundimos en un cálido abrazo.

Una promesa en las HébridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora