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Si las miradas mataran,
yo estaría tres metros bajo tierra.

Eren aún me observa desde el ring mientras todos a mi alrededor siguen gritando eufóricos y aplaudiendo, unos hombres se llevan el cuerpo desmayado de Porco y después el ojiverde baja de ahí, desapareciendo de mi campo de visión—seguro está molesto de verme aquí de nuevo—.

—Maldita sea, hubiéramos apostado.— Dice Ymir al lado mío, levantándose del asiento. —Nos habríamos llevado un par de billetes.—

—Aún tengo algunas dudas.— Imito su acción y empezamos a caminar.

—Desembucha.—

—No quiero ser entrometida pero...¿a qué se refería el guardia de la entrada sobre ser parte de la mafia?— Se queda callada unos instantes. —Digo, n-no tienes que contarme si no quieres...— "Y yo no debí preguntar" pienso.

—No creerás que vengo aquí a vender curitas y pomada para los heridos, ¿verdad?— Trata de bromear. —Escucha niña, a veces hay ocasiones en las que las circunstancias te obligan a involucrarte en cosas incorrectas, como tú en este lugar por ejemplo.— La miro con curiosidad. —Vendo drogas para sobrevivir básicamente, no ando matando gente como en las películas de narcotraficantes, pero sí uso la palabra "mafia" para que nadie se meta conmigo.—

—Ya veo...— Murmuro teniendo cuidado de no chocar con gente a mi alrededor.

—No te lo había dicho porque uno; confiar en alguien es difícil y dos; temía que salieras huyendo como gato asustadizo si lo supieras.—

—¿Entonces confías en mí?—

—Seh, de hecho mis compañeros te esperaban armados escondidos por si llegabas con policías o algo así.— Ríe un poco y yo abro los ojos sorprendida. —Pero no lo hiciste así que todo bien, de verdad eres una chica ingenua que busca a su hermano.—

—No soy ingen...auch.— Soy interrumpida por un tipo gordo pisándome, se atraviesa entre Ymir y yo, la gente se acumuló para ir a recoger su dinero de las apuestas.

—¡Mía, no te separes!— Escucho la voz de la pecosa pero más personas comienzan a atravesarse, sin permitirme verla.

—¡Ymir!— La oleada de gente comienza a apartarme y yo trato de no entrar en pánico mientras me aplastan.

Todos me sacan varios centímetros de altura, así que no es tan fácil que pueda simplemente ponerme de puntitas y tratar de localizar a Ymir, además no les importa que esté ahí mirando a todos lados para buscar algún hueco donde pueda tomar aire.

—Hazte a un lado.— Me empuja un hombre robusto y me estrello con otro, haciendo que derrame su cerveza sobre mi ropa.

—¡Oye!— Reclama molesto. —¡Tú la vas a pagar, estúpida!—

—L-lo lamento.— Respondo temerosa y trato de escabullirme entre las personas hacia donde creo que está Ymir, huyendo.

Sus cuerpos me aplastan y cada vez es más difícil pasar, ni siquiera alzando mi mano logro sobrepasar la altura de los demás para que Ymir me vea, si me agacho será peor. El aire se me acaba, odio las multitudes, no tengo la fuerza para empujarlos de regreso y además temo que si lo hiciera me metería en problemas, maldición, déjenme pasar, no respiro. Alguien toma mi muñeca de pronto y me jala sacándome del bullicio, yo trato de resistirme porque no sé quien es, Ymir no tiene la mano tan áspera.

Dios no, por favor no.

—¡Suéltame!— Alzo la voz aunque ésta se dispersa con todas las demás, así que no me escuchan, o si lo hacen no ponen atención.

el menú de dios | eren jaegerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora