Un poquito de paz

0 0 0
                                    

Iba siempre al pozo en busca de agua, pero siempre buscando también un poquito de paz.

Era mediodía y también tenía sed, pero en medio de el cansancio y el calor me dominaba el anhelo de tener  silencio en mi alma, tranquilidad tal vez, o algo que se le pareciera.

Y por qué caminar sola cuando podría hacerlo en compañía?
Simplemente no quería ser juzgada por ninguna de aquellas que tal vez fingirían simpatía y luego me criticarían a mis espaldas.

Tampoco quería sentirme menos cuando viera la felicidad ajena, ni envidiar a las demás.

No quería que supieran la persona horrible que yo sabía que era.

Porque sí, tenían todas las razones para criticarme pero aún así.. aún sabiendo que tendrían razón
dolía.

Y lo más doloroso era no poder cambiar.

¿Había escogido yo misma aquella vida? Puede ser.

¿Ocasioné mi propio mal con mis errores?
De eso estaba segura.

Yo sabía que era pecadora y que estaba perdida, pero...
Qué podría hacer de todos modos? Solo sabía que estaba angustiada y  que necesitaba un poquitico de paz.

Llegué al pozo, bajé mi cántaro, estaba acostumbrada a sacar agua y beber.. muchas veces me pregunté para que beber si me volverá a dar sed? Para qué buscar si cuando se acabe tendré que empezar todo de nuevo?

De repente una voz más que melodiosa interrumpió mis tristes pensamientos y al mirar al que hablaba reconocí que él no pertenecía a aquel  lugar.

- Dame agua - le escuché decir con tranquilidad como si me conociera de toda la vida

- Qué?- le pregunté sorprendida, si me conociera no me habría pedido ni agua.

- Dame de beber - continuó sin reparar en mi sorpresa y preocupación. Pero él era un judío, era alguien probablemente justo y su mirada destilaba compasión.

- Siendo tú hombre, y judío me pides a mi que soy mujer y samaritana que te dé de beber? Esto debe ser una broma.

Intenté evitar su mirada, sentía  como si aquellos ojos tan extrañamente familiares fueran a descubrir todo el miedo que escondía en mi ser

Él volvió a mirarme fijamente y me dijo:

- Si supieras quién es el que te habla y te dice dame de beber, tú me pedirías a mí agua y yo te daría agua viva y nunca más tendrías sed.

Mi corazón se detuvo por un instante, ¿cómo podía ser que  este hombre supiera mis pensamientos? No tenía ningún sentido,
¿quién?
¿quién era aquel que me hablaba?
Mi corazón quería creer algo pero mi incredulidad habló.

- Señor,  ni siquiera tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo ¿de dónde piensas sacar entonces esa agua viva de la que hablas? Este pozo lo construyó mi ancestro, Jacob, un hombre de Dios ¿Acaso eres tú mayor que él, que te atreves a decir esas palabras?

- “Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.”

¿Vida eterna dijo? ¿Pero quién es este hombre?
¿Agua viva que nunca más tendré sed?
Si tomara de esa agua la mitad de mis problemas estarían resueltos.

No tendría que venir más aquí.

Ni caminar sola por ahí.
Quizás, quizás si lograra llevar esa agua milagrosa al pueblo se olvidarán de los males que he hecho.
¡¡Esa agua es lo que necesito para vivir!!

- Señor, ¡dame de esa agua por favor!! Para que yo no tenga sed y no tenga que venir más a sacarla del pozo.

En ese ruego puse toda mi esperanza, estaba segura de que Dios había mandado a este hombre de mirada dulce para ayudarme.

- Está bien, ve y busca a tu marido, y ven acá.

Lentamente bajé la cabeza, debí saber que era demasiado bueno para ser verdad, debí imaginar que aquella bendición del cielo no podía ser para gente pecadora como yo.

- No tengo marido , Señor...

Como una caricia arrobadora su voz levantó otra vez mi espíritu y me dijo

- Bien has dicho “No tengo marido”, porque cinco maridos has tenido y el que ahora tienes no es tu marido. Esto has dicho con verdad.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas, este hombre ¿qué es lo que sabe de mí? ¿Realmente me conoce? ¿Quién es y porqué si sabe esas cosas de mí, no se alejó rápidamente de mi lado?

–Señor, me parece que tú eres profeta. –le dije y mi corazón brincaba de emoción en mi pecho, mis sospechas eran ciertas, tenia tantas dudas, tantas preguntas, si este era un hombre de Dios necesitaba que me explicara todo lo que mi corazón siempre quiso saber.
Nuestros padres adoraron en este monte, dije tímidamente – pero vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.

—Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.  Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos.  Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren.

Sus palabras me demostraron que gran sabiduría me podía enseñar, pero seguia sintiendo que algo me faltaba preguntarle. Realmente necesitaba saber una última cosa que me inquietaba desde pequeña.

—Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.

Pero ese hombre de mirada dulce y amorosa me dijo algo que no esperaba pero que siempre quise oír.

—Yo soy, el que habla contigo.

¡¡Ahora todo tenía sentido, sí, todo!!  

En esto llegaron sus discípulos y se asombraron de que hablara con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: «¿Qué preguntas?» o «¿Qué hablas con ella?»
Ellos me miraron en silencio como si entendieran lo especial que yo acababa de descubrir...

¡HABIA ENCONTRADO AL MESIAS REY!

¡YO, LA QUE TODOS DESPRECIABAN, ACABABA DE ENCONTRAR LA PERLA DE GRAN VALOR!

Necesitaba que todo el mundo lo supiese. Salí corriendo sin pensarlo dos veces, dejé mi cántaro allí y corrí, me apresuré a la ciudad y a todos les decía con entusiasmo:

Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho! ¿No será éste el Cristo?"




Entonces salieron de la ciudad y vinieron a él. Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: «Me dijo todo lo que he hecho.» Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron por la palabra de él, y decían a la mujer: «Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.»
Juan 4:30,39-42

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 01 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Porque Te AmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora