CAPITULO 13

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MÁSCARAS Y MIEDO

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Antonella Rinaldi

Todos los escoltas se quedan quietos al ver cómo regrese por mi propia cuenta, hice lo posible por mentalizarme en que si regresaba es porque debía ser fuerte, el que Edmond haya expuesto de esa manera una parte de los dos hombres que amó solo avivan mis deseos de matarlo.

Al bajar de la camioneta reconozco a Hugo que rápidamente se me acercó, pero la rabia me domina, esa Antonella que creé en la cárcel sale a flote y piensa poner orden en este maldito lugar, paso por el lado de Hugo y me encamino a la mansión, abrí puerta y encuentro al causante de mis mayores desdichas, se pone de pie al verme y cuando se me acerca desenfundo el arma y se la clavé en el pecho.

Edmond tragó saliva, sus ojos castaños observan mis ojos verdes, no sé decir que es lo que veo en esos ojos, miedo, enojo, deseo; no lo sé. Lo único que sé, es que como sea, nota el poder que desborda de mí.

—Puedo soportar todo, incluso que intentes hacer como si nada hubiera pasado, como si no hubieras matado a mi hermano.—murmuré

Todos los escoltas me apuntan con sus armas, pero no me inmuto, mantengo la vista sobre el pendejo que tengo enfrente.

—Puedo vivir con el hecho de que simulas que todo está bien, pero a mí jamás se me va a olvidar como apretaste ese gatillo.—continué—. Así cómo no pienso tolerar que le faltes el respeto a mi hermano de semejante manera, nadie en la mafia tiene el derecho a burlarse así de él, porque nadie le llega a los talones ni jamás lo hará.

—Mi reina…

—Aún no termino.—lleve mi dedo al gatillo—. Sí seré tu esposa espero que le guardes el respeto que mi familia se merece, vivo o muerto, porque yo no salí de prisión solo para ver cómo alguien quiere verme la cara de estúpida mientras a mis espaldas se burla de mis pérdidas.

—No hagas algo de lo que te puedas arrepentir.

—De lo único que me voy a arrepentir es si me casó con un hombre que no tiene el mínimo respeto por mi hermano, quién fue un hombre peligroso y respetado que acabó con miles.—mi voz tiembla de rabia—. Si quieres que te empiecen a respetar en el mundo criminal entonces gana terreno o gana una maldita fortuna, pero si sigues alardeando que tú mataste a mi hermano, te garantizo que vas a conocer ese lado que nunca he dejado salir.

»Porque mientras yo viva, nadie, escúchame bien; NADIE, le va a faltar el respeto a mi familia, mucho menos a mis muertos, y si me entero que sigues burlándote de eso, te voy a sacar los putos ojos y te arrancare la lengua. ¿Fui lo suficientemente clara, mi rey?

Edmond palidece ante mis amenazas y sabe que no me ando con rodeos, pues si hay algo que yo protejo es a mi familia, nada ni nadie va a cambiar eso, el francés me da un leve asentimiento dejando en claro que entendió.

—Bajen las armas.—ordenó Edmond

—Pero señor…

—¡Que bajen las putas armas!—ordenó en un grito—. ¡Se les olvida a quien le están apuntado, ella es su reina y como tal la van a tratar, bajen las putas armas es la última advertencia!

Todos tintubean pero finalmente obdecen, sin embargo yo no, mantengo el arma en alto y estoy a solo un disparo de vengar a mi hermano, puedo hacerlo. Pero ese sería un camino demasiado fácil para este idiota, merece sufrir, hasta el último de sus días se va a arrepentir de haber acabado con mi último hermano, y llegado el momento lo quiero ver de rodillas, humillado y a punto de ser pulverizado por la punta de mis zapatillas.

OBSESIONES QUE MARCAN [2°] [EN CURSO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora