ɛʟ ʍɛʍօʀɨǟʟ

26 11 12
                                    

Ithaka, 03 de septiembre de 2033

Hazel se ofreció a acompañar Theresa de vuelta a la capital y la empresaria no pudo decirle que no a su propuesta. Su fragilidad y anhelo de cariño la impidieron de hacerlo.

Ninguna supo exactamente cómo, o quién los había contactado, pero un grupo de paparazzi y periodistas las estaban esperando así que llegaron al aeropuerto Herculean. Hazel se encargó de contestar a sus preguntas desubicadas y de proteger a su amiga del flash de sus cámaras hasta que alcanzaron su automóvil. El chofer de Theresa —Joe Vega— fue menos simpático con la horda de buitres que ella. Les dijo que se fueran de ahí por las buenas, o él los expulsaría por las malas. Su actitud agresiva funcionó, logró que ellos les dieran un poco de espacio a las recién llegadas y las dejaran respirar.

Del aeropuerto él las llevó al área del derrumbe del rascacielos —por orden de su jefa— y después manejó por cuenta propia a la propiedad de la misma, a dejar su equipaje y el equipaje de su amiga en sus respectivas habitaciones.

Mientras Joe se marchaba con su SUV por el denso tránsito de la ciudad, Theresa observaba el mural de fotos, velas y flores que había sido dispuesto al frente de los restos del monumental edificio, e intentaba en vano no llorar.

Ver a un particular dibujo de Titanis abrazando a un bombero —hecho por algún niño pequeño, con crayones y tinta— fue lo que rompió la represa. Una vez la primera lágrima cayó, fue imposible detener a las otras.

—¡Es Theresa Schnell! —Ella escuchó al primero de varios comentarios asombrados resonar a su alrededor.

—¿Está llorando?

—Eso parece.

—¡¿Qué hace esta maldita aquí?!

—No le hables así, la mujer recién perdió a su hermano.

—¡Que era otro hijo de perra más!

—¡Eso no significa que la puedas ofender!

—¡Sí! ¡Recuerda a quién salvó a Titanis la última vez que Kronus intentó matarla!

—¡Esa mujer se hizo millonaria creando a las armas que Kronus usó para matar a Titanis! ¡Debía ser presa!...

—Thea —Hazel murmuró, a su derecha—.  ¿No te quieres ir de aquí?

—No puedo hacerlo —la empresaria le respondió, estirando su postura, soltando un exhalo tembloroso—. Tengo que ayudar a toda esta gente, a los servicios de emergencia, a las familias de las víctimas... No me puedo ir. Ella no se hubiera ido.

Ah, sí.

La ingeniera se había visto forzada a finalmente compartir la real identidad de Titanis con su amiga. Ahora que la misma estaba muerta, no era como si eso hiciera una diferencia muy grande o no. No había ningún riesgo que correr al decirle la verdad a Hazel.

—Sé que no lo hubiera hecho, pero no estoy hablando con ella, sino contigo. Y estás de luto. ¿Segura que no te quieres marchar de aquí?

—No me iré —Theresa insistió—. Pero si tú quieres...

—No, no te dejaré atrás —La mujer puso una mano en su hombro—. Si tú te quedas, yo me quedo.

Y eso su amiga hizo. Por lo que ambas permanecieron por ahí, trabajando como voluntarias para auxiliar el cuerpo de bomberos en el rescate de posibles sobrevivientes, y para ayudarlos también a identificar los restos de las víctimas desaparecidas.

Solo 13 personas resistieron el colapso de edificio entre los escombros.

437 murieron.

100 nunca fueron halladas...

Incluyendo Titanis.

HyperionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora