¡Qυҽ ɱҽ ραɾƚα υɳ ɾαყσ ყ ɱҽ αȥσƚҽ ҽʅ ʋιҽɳƚσ!

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Bosque de Colossus, 02 de febrero de 2038

Cinco años se habían pasado desde el día de la tragedia.

Theresa había movido la sede de las industrias ORION a la ciudad de Nerith. Pero para no abandonar a sus funcionarios de la capital, compró un edificio administrativo nuevo en otro punto del sector financiero de Ithaka. Así , logró que sus corporaciones siguieran funcionando allí, pese al traslado de su directorio a otra región.

Ella también había instalado un monumento ceremonial en el sitio del colapso de su rascacielos, para honrar a todas las vidas perdidas aquel día.

Menos la de su hermano, claro. El nombre de Otto no figuraba en el muro de nombres y jamás lo haría, no mientras ella viviera.

Ese maldito... ¿Por qué tenía que amarlo? ¿Por qué tenía que extrañarlo? ¡Él era un criminal! ¡Un asesino!... "¿Qué diría eso sobre su carácter?", fue la duda que la atormentó por la última media década.

Durante estos años de luto y de tristeza, además de culparse por injusticias que no cometió, Theresa había trabajado y trabajado, sin descansar por un día siquiera.

Por una parte, tuvo que ser así de diligente con sus negocios porque estabilizarlos después de la gran batalla en la capital fue complicado. Las acciones de las industrias ORION perdieron 40% de su valor cuando el mercado del país se fue al diablo por el ataque de Otto. La situación fue tan caótica, de hecho, que la bolsa de valores no abrió y todo el distrito financiero permaneció cerrado por una semana después del evento (lo que no parece demasiado tiempo para un ciudadano común, pero para los economistas y empresarios, lo fue).

Por otra parte, esta adicción a su labor se explicó con su débil salud mental. Si ella permanecía a solas durante mucho tiempo, sin ninguna actividad que distrajera a su dañada y enferma mente, se ponía a pensar en Casey y en todas las memorias que había perdido junto a ella durante aquel brutal conflicto del pasado.

Verla morir en televisión fue el momento más bajo y avasallador de toda su vida. No existían suficientes tipos de terapia en el mundo que tranquilizara su espíritu desde entonces. Su remordimiento había perforado la gelatinosa superficie de su cerebro con sus dientes ensangrentados, y ahora el pobre órgano no funcionaba como debería. Les enviaba señales erróneas a sus glándulas suprarrenales, haciéndolas soltar una cantidad absurda de cortisol en su organismo. Dolores de cabeza, hinchazones repentinas, ansiedad al máximo... los problemas que esa disfunción causaba eran varios.

Sumando esto al hecho de que sus niveles de vitaminas B, B-12 y D estaban por el piso,  así como su serotonina y dopamina, que Theresa fuera diagnosticada con depresión mayor no resultó ser una sorpresa realmente grande.

Pero en fin... sus motivos para su rutina tóxica de workaholic no importaban. Sus motivos para lapidarse y odiarse tampoco.

Lo que importaba es que aún era dueña de su imperio y que había logrado retener su poder pese al colapso definitivo del nombre de su familia.

Su reputación estaba destruida, sí, pero al menos seguía teniendo a su conglomerado de empresas bajo su nombre. Seguía teniendo dinero para limpiarlo.

Y fueron esas riquezas que la permitieron comprar el departamento de Casey y conservarlo, tal y como estaba en el día en que su dueña falleció.

A veces lo iba a visitar a solas y les hablaba a las paredes polvorientas, tal como una viuda victoriana que charla con la tumba de su esposo marinero, perdido en el mar.

Su arrepentimiento por no haberla perdonado a tiempo hasta hoy la corroía por dentro.

Y luego de su tercera crisis psicológica causada por dicho deterioro —en la que Hazel, después de días intentando encontrarla, al fin la halló adentro de aquel solitario y oscuro lugar, sentada en el suelo frío junto a una caja de fotografías tomadas por la alienígena, mientras sollozaba sin poder parar— su mejor amiga le ordenó que se tomara unas merecidas vacaciones lejos de Ithaka, de Nerith, y de cualquier otra gran ciudad que se le ocurriera nombrar.

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