Tɾҽɠυα

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Las dos amantes distanciadas manejaron hasta la segunda ruta que llevaba a la cabaña Schnell ignorando la presencia una de la otra, queriendo llegar allá lo más rápido posible. La intensidad de su molestia mutua había disminuido, pero esta seguía siendo inflamable, incendiaria, y una solo palabra fuera de lugar podría hacerla explotar en llamas de nuevo.

Así que viajaron en silencio...

Hasta descubrir que aquella carretera también estaba cortada por un árbol caído; otra enorme secuoya.

—Me estás jodiendo...

—Algo realmente no quiere que llegues a tu cabaña —Casey comentó, sacudiendo la cabeza.

—Voy a volverme loca... ¡¿Puede este día ponerse peor?!

—Calma... No es el fin del mundo —La superheroína, ahora más serena luego de varios minutos manejando en quietud, concentrándose apenas en su respiración y en mantener su paz interior, abrió la puerta y salió al pavimento mojado, con movimientos livianos y relajados.

Miró a un lado, luego al otro, y a no ver a nadie más a su alrededor caminó hacia un extremo del árbol caído. Recogió el tronco con sus dos manos y lo trató de mover, pero no pudo. El problema no era el enorme peso del tronco en sí, sino su gigante espesor. Sus brazos no eran grandes lo suficiente como para agarrarlo bien y llevarlo de vuelta al pasto. Por esto tuvo que jalarlo de las ramas. Y ahí sí logró moverlo a un costado de la carretera, con rapidez y agilidad.

De todas formas la faena fue impresionante. Y así que volvió al auto y se sentó en su asiento otra vez, lo percibió. Porque Theresa la estaba mirando con una mezcla de espanto, asombro, y atracción, que a años no demostraba.

Sus ojos brillaban y su boca, ligeramente abierta, luchaba por encontrar algo coherente que decir.

En su mente, solo había un pensamiento: No era justo que una mujer tan jodidamente guapa también fuera la misma quien le rompió el corazón.

De verdad no lo era.

—¿Qué?

—Nada... —La ingeniera sacudió la cabeza, queriendo despertarse luego de su pasmo—. Solo... sigamos.

Casey sonrió por un segundo, pisó en el acelerador de nuevo, y continuó manejando, como ordenado. Se hizo la ciega y fingió no ver la forma como las mejillas, cuellos y busto de la mujer a su lado se enrojecían.

Las dos llegaron a la cabaña Schnell dentro de cinco minutos más. Afuera, en el porche, las maletas y bolsos de Theresa habían sido dejados por el Sheriff, intactas y cerradas. Verlas la tranquilizó. No quería seguir usando las mismas ropas mojadas y sudorosas que llevaba encima por otras veinticuatro horas.

—Yo le escribí a Billy y le pedí que sacara tus cosas de tu auto y las dejara aquí.

—¿En qué momento?

—Mientras te enyesaban.

—¿Y cómo sabes dónde quedaba mi cabaña?

—Ya vinimos aquí antes, ¿recuerdas? Cuando hicimos hiking en el cerro Thradis. Vinimos a almorzar antes de volver a Ithaka.

—Pero eso fue a años atrás.

—Lo sé. Pero tengo buenos recuerdos de ese paseo —Casey recogió las pertenencias de la ingeniera, mientras la misma abría la puerta principal presionando su huella en el escáner de la entrada—. ¿Adónde dejo todo esto?

—En mi habitación.

—Okay.

La leñadora siguió sus instrucciones y Theresa se desplomó en su sofá, agotada. Su brazo le dolía, sus piernas estaban acalambradas y se estaba muriendo de frío por estar empapada de pies a cabeza.

HyperionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora