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Ambos caminaban juntos. Elizabeth no se había percatado de que le tenía agarrada la muñeca Adhan, ya que el chico no dijo una palabra y solo siguió su paso, muy atento hacia donde lo llevaba. La joven estaba absorta en sus pensamientos, mientras una mezcla de nerviosismo y emoción revoloteaba en su interior.

Pasaron por una larga entrada rodeada de árboles. La calle de grava crujía bajo sus pies, añadiendo una sensación de serenidad al entorno. Aquella tarde, el sol resplandecía, las aves revoloteaban de un lado a otro y los ladridos de los perros resonaban a lo lejos. Elizabeth sentía cómo su corazón latía más rápido con cada paso que daban.

A lo lejos se veía una mansión antigua, de color blanco. Sus columnas y detalles de la época de 1900 se alzaban imponentes y pulcros, dando la bienvenida a los jóvenes que subían por las escaleras hacia la puerta principal. Elizabeth no podía evitar sentir una mezcla de orgullo y aprehensión al acercarse a su hogar con Adhan.

Elizabeth todavía no se había dado cuenta de su comportamiento, pero a Adhan parecía no molestarle, ya que no puso resistencia y contuvo sus ganas de reír.

-Señorita Elizabeth, si fuera tan amable de devolverme mi brazo -dijo riendo y cubriéndose la boca con la otra mano. Sus ojos brillaban con un toque de diversión.

La chica lo soltó instintivamente y se apartó un poco de él. Su rostro mostraba una mezcla de sorpresa y timidez. Ahora que lo pensaba, ¿cómo se le ocurrió llevar a su casa a un chico que apenas conocía, cuando sus padres ni hermano estaban? Su corazón latía desbocado mientras intentaba calmarse.

Adhan inclinó levemente la cabeza, en señal de confusión. La chica frente a él no decía nada ni le daba el paso a su casa, si era tan importante lo que tenía que decir.

-Ahmm, ¿me ibas a decir algo o solo me trajiste a ver tu casa? -dijo arqueando una de sus cejas y mirando la majestuosa propiedad con una expresión curiosa-. Es muy linda.

-Sí, quiero decirte algo, pero no debí traerte. No hay nadie en casa y pues... -Elizabeth tartamudeaba, visiblemente nerviosa.

-No es necesario que entre, ¿o sí? Puedes decírmelo aquí o mostrarme lo que querías -comentó extrañado, pero con una sonrisa tranquilizadora.

La terraza era amplia, tenía dos bancas a ambos lados de la puerta, jarrones de cerámica altos y macetas colgantes. Elizabeth bajó su mochila y abrió su libro donde tenía las cartas, sus manos temblaban ligeramente, sus pensamientos eran un torbellino de dudas y esperanzas.

-Ayer me dijiste que tu abuela se llamaba Ofelia, ¿cierto? -preguntó Elizabeth, intentando controlar su voz.

-Bisabuela, sí. ¿Por qué? -respondió Adhan, frunciendo ligeramente el ceño, intrigado.

-Las cartas que me preguntaste si eran de mi enamorado, creo que le pertenecen a tu bisabuela -dijo Elizabeth, observando atentamente la reacción de Adhan.

Aquella declaración dejó al chico sorprendido y curioso. Recibió las cartas que la chica le extendió y leyó cada una de ellas. Su rostro lucía tanto extrañado como curioso.

-Pero si esas cartas fueran de mi bisabuela, ¿por qué estarían en tu casa? -preguntó, levantando la vista de las cartas con una expresión de incredulidad.

-Eso es lo que quiero saber. ¿Sabes cómo se llamaba tu bisabuelo? -inquirió Elizabeth, con una mezcla de esperanza y ansiedad en su voz.

-Bueno, no creo que sean de mi bisabuela. Sí sé que parece extraño, pero ella no vivió aquí durante aquella época. Además, wow, año 1928 -comentó Adhan, asombrado por los años que tenían y que se mantuvieran intactas. Sus ojos se agrandaron con sorpresa-. ¿Y estas son todas? ¿Por siempre tuyo, A.N?

24 horas para enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora