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La cena fue muy amena y alegre, y luego pasaron a la sala a conversar

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La cena fue muy amena y alegre, y luego pasaron a la sala a conversar. La amplia sala tenía un antiguo piano cerca del ventanal y dos muebles de madera con hermosos detalles en ambos lados de las paredes. Los sillones largos y mullidos, las cortinas y la alfombra, todo parecía haberse congelado en el tiempo, en una época de la cual ya nadie hablaba, tal vez solo en los libros de historia.

—¿Ustedes son familia de la abuela que se posa a mirar por la ventana? —interrogó Elisabeth, sin percatarse de que había expresado sus pensamientos en voz alta.

—Eli... —sentenció bajo la madre de la chica, mirándola con los ojos bien abiertos en señal de desaprobación.

Las personas en aquella sala miraron por unos segundos la escena entre la madre y su hija.

—¿Qué dije? —preguntó la chica, mirando con confusión.

Si bien aquella casa no había estado deshabitada, una mujer ya anciana siempre se posaba cerca de la ventana a mirar al patio; en ocasiones iban personas a ayudarla en las tareas del hogar.

—Discúlpela, ella siempre anda perdida —se excusó la madre con una sonrisa avergonzada.

—No se preocupe, son chicos, siempre tienen curiosidad —exclamó el caballero frente a la familia, sentado con una taza de café en sus manos, esperando que su esposa regresara a la sala—. Esta casa es de la señora que ves por la ventana, mi bisabuela, pero ahora ella está en el médico. Esperamos que regrese pronto.

La chica, junto a los presentes, se sorprendió y además se avergonzó al percatarse de su pregunta.

—Lo siento, espero que se recupere pronto —dijo, bajando su mirada.

—Así será —dijo el caballero, mirando a su esposa que entraba con una bandeja de frutas en sus manos—. ¿Llegaron?

El sonido de la puerta de al frente llamó la atención de las visitas, mientras que la pareja se levantó para recibir a los nuevos inquilinos en la sala. Eran tres chicos, dos muy parecidos y uno más joven.

—Buenas tardes, disculpen el retraso —dijo uno de los mayores, vestido con ropa blanca.

—Buenas tardes, bienvenidos —respondieron los vecinos contemplando a los recién llegados.

—Estos son los chicos, mis pequeños —dijo alegre la señora de apariencia elegante. Se escucharon unos comentarios de queja y desaprobación por parte de los inquilinos—. Estos son mis gemelos: Eidren y Aiser, y el pequeño aunque ni tanto, Adhan.

Tras la presentación, se saludaron y la velada continuó sin demora. Pasadas las siete de la noche ya era hora de retirarse.

—Fue un gusto —dijo el padre de Elizabeth, despidiéndose de los vecinos.

—Descansen —decían la pareja desde el portal de su casa.

La familia los saludó por última vez antes de subir al vehículo y marcharse a su casa.

24 horas para enamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora