Capítulo 17

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De vuelta en Littlemagic, sabían que era urgente visitar a los masai, que habían resultado ser una pequeña cultura africana al norte de Tanzania. Sin embargo, debían esperar unas semanas para volver a viajar. Por un lado, para recuperarse. Y, por otro lado, para no levantar sospechas: no podían desaparecer sin más cada cierto tiempo.

A pesar de que Kneisha se había propuesto sonsacarle a Damon información sobre sus padres, fracasó estrepitosamente, mientras las clases imponían su rutina. Un día, pasadas unas cuantas semanas, cayó una nevada que cubrió el paisaje. Al salir de clase, ni Michael, ni Sarah, ni Kneisha vieron rastro de Ángel, que normalmente los esperaba a la salida. Se preocuparon, quizás había pasado algo. Pero de pronto, empezaron a lloverles bolas de nieve en la nuca y en la cabeza. Al girarse, vieron a Ángel y a Damon escondidos entre los coches, librando su batalla.

—¡Oh, se van a enterar! —dijo Michael, mientras una sonrisa cruzaba su cara.

—Vamos a darles lo suyo —apoyó Kneisha.

—Pues a mí lo de la nieve en mi pelo no me hace mucha gracia —comentó Sarah, mientras se calaba el gorro de lana que llevaba, como asegurándose de que no le diera demasiada nieve.

Los dos se giraron para mirarla con los ojos muy abiertos. Pero al final, hasta Sarah tuvo que participar, porque Damon y Ángel hacían un buen equipo que no los dejaba en paz.

Cuando volvieron a casa, estaban todos empapados de arriba abajo con los pelos chorreando. Ellos no se dieron cuenta, pero la gente los miraba fascinada, parecían modelos de una revista. Ángel con su pelo castaño oscurecido por el agua, goteando sobre su jersey de rayas. Michael con Sarah sobre sus hombros, tomándole el pelo, mientras daba vueltas y le quitaba su gorro. Kneisha con su pelo negro contrastando sobre la blanca nieve, riendo; y Damon rejuvenecido por la diversión.

Kneisha temblaba de frío en el camino de vuelta, y por eso agradeció tremendamente el brazo siempre cálido de Ángel rodeando su espalda.

—Gracias —le dijo, mientras lo miraba de la misma manera especial que solo a él lo miraba.

—Siempre que lo necesites —contestó, y luego, sonriendo, añadió—. O quieras.

Los exámenes de febrero llegaron, y tuvieron que encerrarse en sus cuartos a estudiar. Kneisha no entendía muy bien por qué seguían con esa farsa, pero Damon la regañó cuando se lo comentó:

—Si vais a ser los futuros líderes del mundo, debéis saber las cosas básicas que os enseñan en el instituto, ¿no crees?

Así que se entregó en cuerpo y alma a los libros que había organizado sistemáticamente en la mesa de su cuarto. Ahora su asignatura favorita era Física; claro, sus estudios sobre la materia iban mucho más allá de lo que su profesor le enseñaba. Prácticamente solo les enseñaban a resolver problemas, cuando la verdadera gracia era la intuición que te proporcionaba; no el método, sino el resultado, siempre fascinante, siempre curioso ver cómo era capaz de explicar toda la realidad sin excepción alguna.

Odiaba la Historia, siempre lo había hecho, pero ahora veía una aplicación muy útil para su futuro en ella: le enseñaba a tratar con la gente, a aprender de los errores de los líderes del pasado, para que cuando llegase su momento de gobernar, ella no cometiera los mismos errores.

Y la Filosofía le ayudaba a distinguir entre el bien y el mal, a conocer las diferentes maneras de pensamiento que habían recorrido las mentes humanas.

Cuando pasaron los tres agobiantes días en los que se concentraban todos los exámenes, Kneisha estaba muy cansada de estar encerrada en su cuarto.

Así que fue a buscar a Ángel a su casa. Lo encontró en el porche vestido con una chaqueta negra sobre una camiseta blanca con letras rojas. Parecía aburrido, haciendo agujeros en el suelo con una rama.

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