Capítulo 27

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Llamaradas de fuego danzaban de un lado a otro de la cámara. Casi parecía que tenían vida propia; era aterrador. Algunas de las llamas tomaban forma de animales y se perseguían y atacaban entre sí.

Antes de que pudieran reaccionar, lazos de fuego se ataron a sus cinturas, arrastrándolos a cada uno en direcciones opuestas. Cuando el fuego rodeó a Kneisha, su instinto de supervivencia la llevó a crear chorros de agua. Sin embargo, este fuego era distinto. Estaba diseñado para que solo Ángel pudiera detenerlo, y el agua, por una vez, no pudo extinguir el fuego.

Kneisha sentía cómo le ardía la piel. Sabía que saldrían de allí muy maltratados. El humo invadió el aire, y apenas podían encontrar oxígeno para respirar, lo que los hacía toser sin cesar. El olor a cenizas llenaba sus gargantas.

Kneisha localizó a Sarah y Michael, quienes intentaban protegerse, pero la tarea era extremadamente difícil. Decidieron formar un grupo, al que pronto se unió Damon. Esta estaba siendo la prueba más dolorosa. El fuego los azotaba por todos lados, continuando con su macabra danza.

Sin embargo, no había rastro de Ángel en ninguna parte, al menos desde su perspectiva.

Mientras tanto, Ángel había conseguido llegar al centro de la sala. Desde allí, observó cómo chorros de fuego volaban descontroladamente de un lado a otro. A él no le dañaban, pero era consciente de que los demás no aguantarían mucho más.

Manteniendo la mente serena como siempre hacía, hizo lo único que podía hacer. Ordenó a las llamas que formaran una cúpula alrededor de ellos, abriendo un camino hacia la salida de la cueva, siguiendo el ejemplo de Michael.

Los demás estaban acorralados en un rincón, observando con temor la bóveda de fuego que cubría sus cabezas. Finalmente, cuando llegaron junto a Ángel, corrieron para escapar de ese infierno de fuego.

Habían superado la cuarta prueba. Esta vez no se molestaron en mirar atrás.

Sin embargo, a pesar de lo que pensaban, aún les esperaba un último desafío. Pero esto ellos no lo sabían.

Al entrar en la siguiente sala, vieron una figura sombría al fondo, y asumieron que era el Guardián.

—Esto es un error —dijo la figura, revelando una voz de mujer.

Los cuatro se miraron confundidos, pero Damon no necesitaba mirar; habría reconocido esa voz en cualquier lugar, una voz que llevaba grabada en lo más profundo de su alma y corazón.

La figura dio un paso adelante, confirmándoles sus sospechas. Era una joven con cabello castaño y ojos marrones verdosos, extraordinariamente hermosa. Damon cayó de rodillas mientras la miraba, completamente hipnotizado por su presencia, perdiendo de vista el motivo por el que estaban allí. No había más que ella en ese momento. Había soñado tanto con volver a verla.

—Adrianna... —logró articular, emocionado, como si hubiera olvidado por qué habían llegado allí, y todo lo que existiera más allá de ella—. ¡Nunca debimos hacerlo! Yo lo siento muchísimo... te he echado de menos cada día de mi vida...

Kneisha comenzó a comprender lo que estaba ocurriendo, y el resto también. Esta era la última prueba, y la figura sombría no era real; apenas era corpórea, aunque Damon parecía no darse cuenta.

Damon tenía que superar esta prueba por sí solo. Debía ser capaz de dejar atrás la sombra de Adrianna.

—Damon, no te preocupes. No fue tu culpa. Pero ahora podemos estar juntos, podemos...

—¿Cómo? —preguntó Damon, maravillado.

—Clávate esto —dijo el espectro, poniendo una daga en sus manos—. Luego vendrás conmigo y toda esta pesadilla habrá terminado —lo dijo con dulzura, aunque los demás no se lo creían.

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