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En la primavera del 107 d.c cuando la casa del dragón reinada en paz y prosperidad, el rey Viserys Targaryen y su segunda esposa, la reina Alicent Higthower dieron la bienvenida a su primer hijo varón, el príncipe Aegon Targaryen. El niño fue una bendición para aquel entonces, pues el rey, se disputaba en la incertidumbre en el reino por un heredero varón, siendo su hija primogénita, la princesa Rhaenyra Targaryen nombrada por el resentimiento y dolor de Viserys, su heredera.
Se dice que el parto de la reina fue rápido y que el pequeño Aegon nació sin quejas, sin embargo, cuando todos pensaban que el sufrimiento había acabado, una segunda vida llegó. Pataleando y llorando con fuerza los dioses brindaron un soplo de vida a una pequeña niña, la princesa Daenerys Targaryen nació siendo la segunda dama del reino, se dice que la pequeña princesa ni siquiera fue mirada por su señor padre, apartada y despreciada por este, la reina Alicent acuñó a su hija en su pecho y le brindó el calor que solo una madre podría dar.
El reino entero celebró la llegada de "un nuevo heredero para el rey" sin embargo cuán equivocados estaba todos. Y aunque nadie además de su propia madre tomó en cuenta a la pequeña niña que había llegado al mundo, los dioses la habían marcado para lograr cosas grandes en aquel lugar plagado de envidia y resentimiento. Un reino caído en manos de un rey indigno que tendría que pagar con fuego y sangre sus transgresiones ante los dioses nuevos y antiguos.
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El invierno había finalizado, y la primavera se alzaba en su mejor momento, las calles de King's Landing se encontraban abarrotadas. En el centro de aquel lugar, vestida con sencillez y con una sonrisa en su rostro, la pequeña Daenerys Targaryen de diez primaveras se encontraba haciendo el buen labor junto a su hermana menor, Heleana de ocho con el nombre. Ambas niñas siendo escoltadas por el fiel guardia juramentado de su madre, Ser Criston quien nunca se despegaba de las pequeñas cuando salían de la protección de los enormes muros de Reed Keep.
— Muchas gracias, mis princesas que los dioses le brinden protección a ustedes, su madre la reina y sus hermanos los príncipes. — agradeció una de las mujeres en lecho del pulgas.
— No hay nada que agradecer, mi señora. — sonrió Daenerys. — Es nuestra responsabilidad velar por el bienestar de nuestro pueblo. — dijo con gracia.
