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☃︎ 𝒮𝓊𝓃𝓰𝒽ℴℴ𝓃

21 de Diciembre.

Imagina lo siguiente:

Te encuentras en tu librería favorita examinando las estanterías. Llegas a la sección de uno de tus escritores preferidos y ahí, cómodamente encerrado entre los lomos increíblemente familiares, hay un cuaderno rojo.

¿Qué haces?

La elección, creo, es obvia:
Tomas el cuaderno rojo y lo abres. Y luego sigues sus instrucciones.


ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ♡ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ

Era la época de Navidad en Nueva York, el período más detestable del año. Las multitudes moviéndose como ganado, las visitas interminables de los familiares más desafortunados, los vítores falsos, los tristes intentos de júbilo: en este contexto, mi aversión natural al contacto humano no hacía más que intensificarse. Dondequiera que fuera, siempre me hallaba en el extremo equivocado de la estampida, no estaba dispuesto a conceder la «salvación» a través de ningún «ejército». No me importaba lo blanca que fuera la Navidad. Yo era un conspirador, un bolchevique, un delincuente profesional, un filatelista atrapado en una angustia indescriptible...ansiaba ser todo lo que los demás no fueran. Caminaba lo más sigiloso entre las hordas condicionadas a vivir en estado de ebriedad, los que disfrutaban de las vacaciones de invierno, los extranjeros que habían volado desde el otro lado del mundo para ver el encendido de un árbol sin darse cuenta de lo completamente pagana que era esa ceremonia. El único elemento luminoso de esta época sombría era que el instituto estaba cerrado (en teoría para que todo el mundo pudiera comprar hasta el hartaszo, y descubrir que la familia como el arsénico funciona mejor en pequeñas dosis...a menos que prefieras morir). Este año había conseguido convertirme en un huérfano Navideño de verdad: le dije a mi madre que pasaría las fiestas con mi padre y a mi padre que las pasaría con mi madre, de modo que cada uno reservo unas vacaciones no reembolsables con sus amantes post divorcio. Hacía ocho años que mis padres no se hablaban, lo cual me daba mucha libertad a la hora de poner en práctica mi plan y, por lo tanto, mucho tiempo para mi. Mientras ellos estaban ausentes, yo saltaba de un apartamento al otro, pero sobretodo pasaba mucho tiempo en Strand, ese bastión de chispeante erudición, que más que una librería parecía una colisión de cientos de distintas librerías, con escombros literarios desparramado a través de casi treinta kilómetros de estanterías. Todos lo empleados deambulaban encorvados con sus vaqueros estrechos y sus camisas de segunda mano, como esos hermanos mayores que jamás se molestan en hablarte, en preocuparse por ti o incluso en admitir tu existencia si sus amigos andan cerca...cosa que siempre ocurre. Algunas librerías quieren hacerte creer que son un centro comunitario, como si tuvieran que organizar una clase de como hacer galletas o venderte algún libro de Proust. Pero en la librería Strand te abandonan completamente a tu suerte, atrapado entre las fuerzas enfrentadas de la organización y la extravagancia, y esta última siempre ganaba. En otras palabras, era un cementerio a mi medida.

Por lo general, cuando visitaba la librería, no buscaba nada en particular. Algunas días, elegía una letra determinada y visitaba cada una de las secciones para revisar a todos los autores cuyo apellido comenzará con esa letra. Otros días, decidía abordar una sola sección o examinaba los tomos recién llegados, que se acumulanan en contenedores que nunca respetaban el orden alfabético. O, tal vez me dedicaba a observar los libros de portadas verdes, porque hacía mucho tiempo que no leía un libro con portada de ese color.

𝗥𝗘𝗗 𝗡𝗢𝗧𝗘𝗕𝗢𝗢𝗞 sᴜɴɢᴊᴀᴋᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora