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26 de diciembre.

¿Aún sigues matando hámsteres? —le pregunté a Choi Yeonjun.

Nos encontrábamos frente al edificio de unas de sus compañeras de instituto, que esa noche celebraba una fiesta.

Desde la calle, vislumbrábamos la fiesta a través de la ventana de la sala. El ambiente parecía muy civilizado. No llegaba a la calle los ruidos frenéticos que uno esperaría oír provenientes de una fiesta adolescente. Distinguimos a un padre y a una madre deambulando por la sala, con bandejas metálicas repletas con cartones de zumo u vasos de refrescos, lo cual explicaría la falta de ruido y las cortinas abiertas.

Esta fiesta será terrible —exclamó Yeonjun—. Vayamos a otro lado.

No has respondido a mi pregunta —insistí—. ¿Aún sigues matando hámsteres, Choi Yeonjun?

Si me respondía de manera sarcástica, nuestra tregua reciente terminaría de manera tan abrupta como había empezado.

Jake comenzó a decir, destilando sinceridad y agarrándome de la mano. Mi mano, sudada, tembló ante su contacto—. Lamento tanto lo de tu hámster. En serio. Nunca le haría daño a propósito a una criatura sintiente. —Depositó un besito contrito en mis nudillos.

Yo sabía que Choi Yeonjun había pasado de matar hámsteres en primero a transformarse, en cuarto, en uno de esos chicos que usaban lupas para concentrar el sol y freír lombrices y otros insectos en los callejones.

Es posible que sea verdad lo que los amigos de mi abuelo me han dicho repetidamente: «No te fíes de los chicos adolescentes. Sus intenciones no son puras».

Esto debía formar parte del plan maestro de la Madre Naturaleza: hacer, de forma traviesa, que los chicos fueran tan irresistiblemente guapos, que la pureza de sus intenciones se volviera irrelevante.

¿Y a dónde preferirías ir? —le pregunté—. Yo tengo que volver a casa antes de las nueve o mi abuelo enloquecerá.

Le había mentido a mi abuelo por segunda vez. Le había ducho que debía acudir a un entrenamiento de fútbol de emergencia durante las fiestas porque nuestro equipo estaba atravesando una racha de derrotas. Se lo tragó solo porque andaba llorando por lo de Mabel.

¿El abuelito no deja que el peque se vaya muy tarde a la camita? —comentó Yeonjun con voz de bebé.

¿Te estás burlando de mí?

No —respondió poniendo expresión seria—. Te aplaudo a ti y a tus toques de queda, Jake. Y pido disculpas por la breve e innecesaria incursión en el lenguaje infantil. Si tienes que estar en casa antes de las nueve, es probable que eso solo nos deje tiempo otra ir a ver una película. ¿Has visto 𝖫𝖺 𝖺𝖻𝗎𝖾𝗅𝖺 𝖿𝗎𝖾 𝖺𝗋𝗋𝗈𝗅𝗅𝖺𝖽𝖺 𝗉𝗈𝗋 𝗎𝗇 𝗋𝖾𝗇𝗈?

No contesté.

Me estoy volviendo bueno en el arte de mentir.

𝗥𝗘𝗗 𝗡𝗢𝗧𝗘𝗕𝗢𝗢𝗞 sᴜɴɢᴊᴀᴋᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora