1

2.6K 185 69
                                    


Los miércoles eran los días donde el cura de la pequeña iglesia del pueblo abría el confesionario para todo aquel feligrés que necesitara liberar su alma de lo que consideraba un pecado, aunque, honestamente, se había encontrado con muchas personas que creían que cualquier provocación era un pecado.

Él era alguien que se consideraba liberal y considerado, así que muchas veces intentaba aguantar la risa amable cuando venían a contarle cosas tan tiernas que en definitiva no podrían considerarse un pecado, los conocía de atrás hacia adelante, pero no podía reír de ello porque se vería grosero.

Hoy no era un día especialmente ocupado, se alegraba de que no muchas personas asistieran los miércoles, así que estaba tranquilamente leyendo dentro del confesionario hasta que escuchó el repiqueteo de los pasos de alguien recorriendo toda la iglesia con mucha calma, parecía que se pensaba cada paso o que avanzaba y retrocedía sin parar hasta que escuchó cómo se acercaba totalmente al pequeño lugar.

–¿Padre? —preguntó, con nervios en su voz.

–¿Sí? ¿Qué pasa? —respondió, con amabilidad.

–Necesito su ayuda, tengo... tengo miedo de mí mismo. —empezó el otro, definitivamente tan nervioso como le era posible.

–Calma, estoy aquí para escuchar todo aquello que te atormente. ¿Has hecho algo que necesites soltarlo del pecho? —habló bajo, como una caricia amable.

–Yo... ni siquiera sé cómo empezar, me siento muy mal por todo lo que en mi mente habita. Padre, no quiero arder en el infierno. —confesó, con la voz quebrada de la vergüenza.

–Estoy aquí, toma el tiempo que necesites, este lugar siempre estará abierto para ti. —le aseguró, intentando darle la confianza para empezar.

–Bueno... admito que me enamoré de una persona y cada domingo vengo a misa sólo para cruzar miradas, pero estoy muy nervioso porque no está bien, no puedo sentirme así porque es alguien que jamás podría mirarme de vuelta. —le tembló la voz.

–¿Sabías que enamorarse no está mal? —lo ayudó, rodando los ojos porque era otra de esas confesiones que no tenían nada de malo.

–Es de un hombre, padre. —soltó, con la voz tan baja como pudo, pero aún fue escuchado.

–¿Y eso está mal? ¿No es que Dios nos ha dicho que nos amemos los unos a los otros? Estoy seguro de que no se trata de sólo cortesía para con el prójimo, estoy seguro que el amor va más allá, de poder ser capaces de amar y ya, amar sin pensar en a quién amemos. A menos que... ¿está casado? Eso sí es un pecado, eh. —rio, con calma.

–N-no padre, no está casado. —pensó.

–Entonces no está mal amar a alguien, ¿sí? ¿Necesitas decir algo más? —preguntó.

–N-no, creo que estoy bien. —admitió, soltando un suspiro largo. –Muchas gracias.

Sonrió por lo bajo, a pesar de que era otra de esas confesiones sanas, le dio ternura que este chico viniera asustado creyendo que sería motivo suficiente para hacerlo sentir mal, pero no quiso que eso pasara en ningún momento.

Se sorprendió cuando la semana siguiente volvió a escuchar los pasos nerviosos y lo reconoció sin verlo, esperó hasta que llegó a su lado y sonrió antes de preguntar.

–¿Qué pasa ahora? ¿Estás bien? —saludó.

–Padre, yo... soñé con él, soñé con él y ya no sé cómo sacarlo de ahí. —admitió, más nervioso que la última vez.

–¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —preguntó genuino.

–Yo... no lo sé, lo vi entrar en mi habitación y... se desnudó frente a mí, dejándome ver por completo su cuerpo. Y eso está mal, no puedo soñar o fantasear así, pero no puedo evitarlo, llegan a mí cuando menos quiero. —lloró desesperado.

–Oye... yo creo que no podemos controlar nuestros sueños, pueden, o no, ser reflejo de lo que deseamos, pero al final son cosas que no podemos controlar. ¿Cómo te podrías sentir más tranquilo? ¿O sólo querías comentarlo?

–Es que no sé si es bueno o malo, pero son cada vez más recurrentes y ni siquiera puedo detenerlos, no soy tan fuerte.

–Hey, pero ¿tú crees que sólo tienes interés en él de esa forma? ¿O piensas en él de otra manera? Quizá sólo sea un atracción temporal. —preguntó, pensando en un buen consejo.

–Yo... Bueno, lo conozco desde que éramos niños, nunca jugamos juntos porque mis padres no me dejaban salir mucho, pero lo veía venir siempre a la iglesia también y era mi única oportunidad para verlo, sé que empezó sólo como una inocente atracción, pero recién ahora que volví a verlo es que empecé a tener pensamientos peores, ya no era nada inocente y no quiero ser alguien que peque de esa forma. —intentó decir sin que la voz se rompiera.

–Bueno, ¿has intentado hablar con él? ¿acercarte?

–N-no, no puedo, me da mucha pena.

–¿Y por qué no? No tendrías mucho qué perder, lo último es que te rechace, y puedes sobrevivir a eso. —razonó.

–¿Cree eso? Es que soy muy tímido, pero, no sé, quizá pueda intentar un poco. —su llanto se escuchaba cada vez más pausado y suspiró otra vez antes de agradecer y marcharse.

Los días pasaron en armonía, y nuevamente se encontró escuchando los pasos desesperados que parecían llegar en el periodo donde absolutamente nadie entraba a la iglesia para rezar.

–Hola de nuevo, ¿cómo te fue? —saludó, sabiendo quién era aunque no lo podía ver.

–Yo lo intenté, ¿sí? Asistí a misa y me quedé mirándolo como de costumbre, él me miró y me sonrió, yo le sonreí de vuelta, y a partir de ahí todo se fue al demonio, no, quiero decir, el demonio no. Eh, o sea. ¡Perdón! Ay...

–Calma, prosigue, ¿tuviste un avance luego de eso? —preguntó curioso.

–No... Iba a acercarme a él, pero la gente se juntó para taparme el paso y no pude hacerlo, renuncié porque los nervios me alcanzaron rápido y decidí irme. Prometo intentarlo una vez más. —aceptó, más confiado esta vez.

Definitivamente era gracioso llegar cada miércoles y que él viniera con la misma historia de no poder acercarse, también con algunos sueños cada vez más impuros que el anterior, pero no podía juzgarlo, era sólo un joven descubriendo su sexualidad y las cosas que sentía por una persona a quien había admirado desde muy pequeño, no podía decir que eso era algo malo, en definitiva.

Sabía que no tenía a quién contarle eso, por eso consideraba mejor ir a decirle a él, sabiendo que no podría verlo a la cara o reconocerlo, estaba bien con eso, le gustaba ser su soporte emocional de alguna manera, además lo sacaba de la rutina y lo hacía reír mucho, se estaban ayudando mutuamente a sobrepasar la vida.

–Hoy fue peor, ¿sabes? —empezó.

–¿Y ahora por qué? —respondió, estaba feliz de que ahora lo tuteara porque parecía ser tan joven como él.

–Soñé que nos besábamos... Fue algo magnífico, sus manos en mi piel, su roce necesitado y la forma en que pronunciaba mi nombre, ya ni siquiera sé por qué sigo contando esto, parece como un diario de sueños. —rio, divertido.

–Me sorprende lo hábil que es tu mente para crear escenarios en tus sueños. Y me da más gracia que no seas capaz de admitirle tus sentimientos aún después de tantos años, él ya debe estar casado a este punto. —lo acompañó.

–¡Hey! Te recuerdo que no deberías burlarte de mí, sino acompañarme o mandarme penitencia, pero no burlarte. —lo recriminó, burlesco.

–Vamos, ¿ya te has armado de valor o no? Sólo me das la razón.

–Está bien, lo voy a hacer, un día de estos, ¿sí? —se rio, sintiéndose más liberado por no pensar en que lo que hacía estaba mal, él le estaba ayudando mucho y cada semana se sentía más libre de expresar sus sentimientos.

Se volvió a ir y pronto los días fueron arrancados como hojas de calendario. 

Unholy / SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora