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Se levantaron con las piernas pesadas, sabían que la euforia debía bajar entre ellos por un bien mayor, era necesario que hablaran sobre todo lo que había pasado, saber cuál era el plan, qué iban a hacer, por dónde seguir.

Y es que ambos seguían asustados por lo que pasaría, pero Roier, a pesar de haber sentido que se le desprendía el corazón cuando le habló de esa manera, aún tenía la espinita de confiar en él y entender lo que había ocurrido antes de sacarlo de ahí y entregarlo a los lobos.

–¿Qué quieres saber? —Spreen rompió el silencio cuando ambos se acomodaron en la cama y Roier colocó las cobijas encima suyo para quedarse a su lado, como un fuerte.

–Todo, quiero saber qué pasó antes de que te encontrara en la plaza. —murmuró, intentando que nadie más que ellos se escuchasen mutuamente.

–Bueno, no quiero ser tan explícito, pero llegó la persona que más daño le ha hecho a este pueblo, en distintas situaciones. —elevó los hombros.

–Puedo verlo... Melissa no estaba cómoda con él aquí. Ella estaba muy asustada por si me encontraba. —aceptó.

–Todos tienen alguna historia buena, o mala. Pero la mayoría aquí sigue pensando que es un buen hombre, y el temor a desobedecerlo es mayor que otra cosa. —siguió. –Él se enteró de nosotros y vino personalmente para echar un vistazo.

–Pero ¿por qué? ¿Cómo pudo? —se acomodó entre su cuello.

–La gente... aquí todos ven todo, así que creo que nosotros tampoco fuimos tan cuidadosos al besarnos o hacer cosas en público. —sonrió. –No podía evitar tocarte, y creo que alguna de esas veces fuimos vistos, sin que lo notáramos.

–¿Y le avisaron porque...

–Le tienen miedo. Lo desconocido da miedo, y ellos creyeron mejor darle aviso para evitar un castigo mayor por permitirlo. —siguió.

–No lo entiendo... Pero dime, ¿qué pasó contigo? —lo miró, acariciando su pecho.

–Absorbí su furia, aceptando su castigo para liberarme de ti, para olvidarme de ti y volver a mi camino deseado. Para volver a donde pertenezco. —giró para mirarlo también.

–Y... ¿Qué haces aquí? —apretó los labios.

–Volví a donde pertenezco.

Roier sonrió, irremediablemente. Estaba feliz de volver a verlo, de tenerlo entre sus brazos otra vez y sentirlo así, tan cerca de su pecho. Tenía miedo, mucho, pero tenía la esperanza de entender mejor lo que debían hacer ahora, porque lo único que tenía seguro era que no dejarían de ser perseguidos hasta que alguno cediera, pero él no quería ceder.

–Enséñame lo que te hizo. —motivó, removiéndose para encender la vela en su buró.

Spreen se movió lentamente, siseando cuando él le desabrochó la camisa y la retiró despacio. Le obligó a echarse boca abajo en el colchón y lo inspeccionó con cuidado, encontrándose con las múltiples marcas de azotes en su piel, algunos más rojizos que otros, algunos sangrando, otros más apenas marcas ligeras.

Roier apretó la mandíbula para no llorar por la imagen del hombre de su vida tan herido, y deseo tener algo a la mano para poder curarlo, pero no estaba seguro de qué poner en heridas como esas.

–Hey, estoy bien, lo juro. —le aseguró.

–Te hizo daño, esto es imperdonable. —jadeó. –Es un animal. No, no puedo insultar así a tan nobles seres. Simplemente no tiene perdón.

–Cariño, estaré bien. Ya estoy aquí y eso adelanta mi recuperación.

–Es que no lo entiendo. Joder, me voy a poner a llorar. —se sinceró. –Es que no lo entiendo.

Unholy / SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora