16

674 87 21
                                    


Melissa era una mujer maravillosa, aguerrida y dispuesta a entregarse al cien por ciento a todo lo que le causara una emoción fuerte, además de ser todo terreno, dedicándose a hacer cualquier tarea pesada sin lastimarse ni una uña. Podía ser capaz de levantar cosas pesadas con facilidad y elegancia, sin perder su sensualidad nata. Definitivamente la mujer de la que todos se enamorarían.

Pero ahora, estaba arriba de la mesa, gritando como una loca porque un ratón estaba corriendo por debajo de las sillas, divirtiéndose de la tortura de la mujer ante su presencia tan minúscula.

Roier se despertó por los alaridos, que llegaban hasta el viejo granero, convenciéndose una y otra vez de no asistir a su llamado porque quizá lo descubrirían. Pero el corazón no lo dejaría tranquilo si no se enfrentaba a lo que sea que estuviera pasándole a la hermosa mujer.

Se jaló el cabello en desesperación y salió corriendo en dirección a la casa, forzando la puerta trasera para encontrarse con el amplio comedor y la mujer sollozando fuertemente por la imagen aterradora de su peor miedo.

–¿Qué mierda pasa? —espetó, mirándola atentamente mientras bailoteaba arriba del mantel.

–¡Sácalo! —exigió. –¡Saca a ese maldito de aquí!

Roier paseó la vista por el suelo, encontrándose al causante de sus terribles gritos y soltando una risa enérgica porque se encontraba comiendo algunas boronas de pan.

–¡Ay, no mames, Melissa! —soltó. –¿Es en serio?

–¡Saca a ese hijo de puta! —insistió.

–Qué tontería. —siguió, acercándose a la escoba que descansaba cerca de la alacena.

Empezó a empujarlo fuera y se llevó algunos chillidos nerviosos del pequeño y malévolo ratón que se quejaba por su interrupción.

–¿Contenta? —la miró.

–Gracias...

Le ofreció la mano para ayudarla a bajar y justo cuando iba a poner un pie en el suelo tocaron la puerta, soltándola y dejándola caer.

–¡Hijo de puta! —le gritó cuando salió corriendo por la misma puerta donde entró.

Se levantó apenas pudo y se sobó las rodillas rojas, caminó hacia la puerta y abrió convencida.

–Padre, ¿a qué debo su visita? —sonrió coqueta, sosteniéndose la cadera.

–¿No te he enseñado a no decir groserías? —recibió una mirada cansada.

–No fue mi culpa, había un ratón y me asusté. —se excusó, cruzándose de brazos.

El viejo hombre entró a la casa, como si lo hubieran invitado y se encaminó hasta la cocina donde inspeccionaba cada centímetro con recelo.

–Todas las vidas valen, Melissa. —habló.

Excepto la suya, hijo de puta. Pensó, apretando las uñas en sus propios brazos.

–¿Necesitaba algo? —tentó, caminando hacia el fogón para calentar un poco de agua.

–Sólo advertirte. —sonrió. –Tú sabes que eres una mujer hermosa e inteligente, que puede conseguir todo cuanto quiera, ¿no?

Ella lo miró de reojo, sin descuidar su principal tarea.

–Y que estando aquí, tan solita, puedes correr peligro si algún loco entra a la casa en medio de la noche o te amenaza para hacerte daño, ¿verdad?

Se tensó, sintiendo que la situación se tornaba extraña.

–Lo que quiero decir es que no deberías estar aquí, podría pasarte cualquier cosa.

Unholy / SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora