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El domingo era un día de relajación y aprendizaje, Roier se sentaba en la primera fila para poder observar atentamente a Spreen mientras oficiaba la misa y él le dedicaba una que otra mirada cómplice para hacerlo sonreír.

Salían juntos y recorrían el pequeño bazar que se hacía fuera de la iglesia donde se reunían los feligreses para comprar alimentos o artículos religiosos, todo en pro de la remodelación y mantenimiento anual, al final del año reunían todo lo que se recolectaba y acordaban mejoras en la infraestructura.

Roier miraba atentamente las estampillas con los distintos santos y luego a la joyería de oro y plata que se ofrecía, la mayoría de esas joyas se ofrecían a pagos pequeños para no desbalancear el capital de las familias, el pueblo era pequeño y todos se conocían en mayoría, aunque había nuevas familias que buscaban la tranquilidad en sus calles y ayudaban al comercio local.

–¿Te gustan? —escuchó cerca de su oreja y se asustó soltando un grito.

–Caramba, Spreen, casi digo algo grosero. —se tomó el pecho con fuerza.

–¿Pues qué tienes en mente para reaccionar así? —sonrió, dirigiendo su mirada a donde él tenía su atención.

–No es eso, es que es obvio que me voy a asustar si llegas así. —se quejó, molesto.

–Limpia tu consciencia y verás que nada te asustará. —soltó una risita traviesa para hacerlo reír.

Roier sólo giró los ojos para olvidar lo que decía, le gustaba que jugara así con él o que buscara formas de hacerlo reír, era lo mejor que le pudo haber pasado, porque las cosas no cambiaron ni un poco entre ellos.

Spreen observó la joyería exhibida y tomó entre sus manos una cadena de plata de la que colgaba un dije con una pequeña cruz, lo acercó hasta el cuello de Roier y la amarró con un solo movimiento.

–Me gusta, hace lucir tus ojos. —admite.

Roier se sonrojó ligeramente y sostiene el dije entre sus dedos para observarlo mejor, es muy bonita y pequeña, definitivamente le gusta mucho.

–¿Cuánto es? —pregunta a la encargada del puesto.

–Oh, no. ¿Cómo crees? No necesito de esto, ¿sí? En serio, no te preocupes. —negó, mirando a la señora con un rostro apenado.

–Vamos, no es nada, además no puedes decirle que no a una mujer tan comprometida con la causa, ¿no? —Spreen le guiñó un ojo y ella le sonrió con amabilidad, lo conocía desde siempre.

–Si ese es el caso... Entonces no te molestará que yo haga lo mismo por ti. —retó, guiñándole un ojo a él.

Tomó una cadena parecida, la única diferencia es que ésta era de oro, contrastando perfectamente con sus ojos. Se la colocó también, poniéndose de puntillas para alcanzarlo. Pagó el monto y le sonrió con esa mirada de determinación, tomándolo del brazo para seguir avanzando entre los puestos.

A Roier le encantaba comprar algo para comer en el camino a casa, aunque Spreen lo detuvo esta vez.

–¿Por qué? —jadeó de molestia.

–Debo estar en la oficina para resolver algunas dudas sobre los documentos necesarios para una boda, pero puedo verte el viernes como siempre, ¿te parece? —lo calmó, evitando el impulso de abrazarlo para que no hiciera un berrinche.

–Está bien... Sólo quería pasar tiempo contigo. —murmuró.

–Nos veremos, pero sabes que debo hacer algunas cosas algunas veces, ve a casa, los días pasarán pronto. —insistió, suavizando su voz para que sólo él la escuchara.

Unholy / SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora