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–Ro... debo ir a casa, tengo que prepararme para dar orientación a algunos jóvenes más tarde, quisiera quedarme pero, de verdad lo siento. —se separó lentamente de su cuerpo.

–Te voy a extrañar. —hizo un puchero.

–Tal vez... Puedo venir antes del anochecer para tomar más chocolate, ¿te parece? —le acarició las mejillas.

Los ojos de Roier se encendieron con alegría, antes no había podido verlo más que los viernes y domingos, pero haber dormido con él no había sido suficiente, quería verlo más tiempo, aunque tuviera que volver a casa al anochecer.

–Mira, yo termino a las 5, que es cuando normalmente cierran las oficinas, así que si me apresuro puedo quedarme y estar al menos un ratito contigo, ¿te gusta la idea?

–¡Sí! Está bien, estaré esperándote.

Spreen le sonrió dulcemente, dejando un suave beso en sus labios rosas. Se alejó aunque no quiso y se despidió rápido para no sentir la necesidad de volver. Caminó calmado por las calles que apenas se llenaban de gente y saludó a todo el que se le atravesaba con una sonrisa enorme, todos se alegraban de verlo tan activo y feliz, y aunque preguntaban la razón, él decía que estar vivo un día más era motivo para estar feliz. La realidad es que su motivo lo esperaba en su casa para pasar el resto de la tarde.

Roier se dedicó a su jardín, recortando algunas ramas secas, quitando las hojas amarillas en sus flores y regando con un spray para acariciar las suaves hojas de sus amapolas. Cortó algunas y las llevó dentro para acomodarlas en su florero favorito, que hace mucho no decoraba su mesa de centro. Sentía que la ocasión lo ameritaba, después de todo sentía que su hogar relucía más cuando Spreen venía a visitarlo.

Se lavó las manos y sacó el viejo recetario que su madre olvidó, encontrando la receta que había pasado de generación en generación; galletas de mantequilla.

Se puso manos a la obra y aunque no era un entusiasta de la cocina sintió que todo le había quedado muy bien. Muy pocas de ellas se habían quemado, así que fue un excelente paso para su nuevo hobby, hacerle galletas caseras a Spreen.

Cuando menos se dio cuenta escuchó los golpes suaves en su puerta, abriendo con rapidez y saltando para abrazarlo con los dos brazos rodeando su cuello y las puntillas soportando su peso.

–Hey, vas a tirarme. —lo escuchó reír sobre su oreja.

–Lo siento, ya quería que llegaras. —musitó, muerto de pena.

Spreen caminó lentamente hacia en frente, soportando su peso colgarse de su cuello y con cuidado cerró la puerta detrás.

–Huele delicioso, ¿qué es eso? —se separó, sólo para acariciar sus mejillas con ambas manos.

–Oh... —lo vio sonrojarse. –Hice galletitas.

–¿Para mí? —fingió sorpresa.

–Sí, sí, para ti. —rio bajito.

Spreen lo levantó por las caderas, dando un par de vueltas antes de bajarlo por la carcajada que soltó el castaño.

–No debías molestarte. —sonrió, juntando sus frentes.

–No digas eso, me harás molestar en serio. —lo vio fruncir el ceño. –Mejor ven, ya no están calientes, pero están ricas.

Roier lo guio hasta la mesa, pero Spreen lo interrumpió para lavarse las manos antes de sentarse, mirando las hermosas flores.

–¿Son de tu jardín? Se ven preciosas. —le sonrió.

–¡Sí! Se me dio por traer algunas, creí que sería algo lindo. —estaba sirviendo leche en dos vasos, decidió que era mejor sola, sin ningún otro sabor.

Unholy / SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora