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Los domingos son de familia, o bueno, eso solía escuchar Gavin de pequeño en la iglesia que su madre, la señora Reed, le obligaba asistir. Ese día era domingo y él se levantó a las once menos diez de la mañana, lejos de la casa de su infancia, en un departamento que ni siquiera era suyo.

Tenía la garganta seca y un dolor de cabeza creciente, que podía sentirlo detrás de sus ojos. El sonido del tráfico abrumaba la paz de esa mañana y los rayos de sol brillante le quemaron la mirada. "Demasiado brillante", pensó. Gavin dejo de mirar la ventana y miró al hombre que estaba acostado en la cama.

Entonces, se apresuró para irse de allí rápidamente. Tomó su pantalón, el restó de ropa en la entrada del departamento y sus cosas. Buscó su celular e intento ver la hora, pero este no tenía batería.

"Genial", pensó, ¿Se puede ser más miserable? Sí, de hecho. Y si quería conservar ALGO de la poca dignidad que le quedaba, tendría que salir de ese departamento en ese momento... antes que él despierte.

...

Cuando llegó a su casa, puso a cargar el celular y las notificaciones cayeron una tras otra. La mayoría eran llamadas perdidas de Adam, pero decidió no contestar. En vez de eso, tiró el celular en la cama, encendió un cigarrillo y comenzó a preparar su almuerzo para ese día, después de tomarse una pastilla para ese maldito dolor de cabeza.

Se preparó un poco de arroz con huevo frito porque no quería cargar el estómago. Con el ceño fruncido, el cigarrillo entre sus labios y el sartén agitándose en su mano, se distrajo pensando en las semanas anteriores. El huevo, por supuesto, se quemó. Pero lo comería de todas formas.

Había creído que después de decirle a ese idiota que estaba bien que se follarán a su ex iba a dejar de seguirlo y hacer actos de caridad con él, pero, al parecer algo había entendido mal ese idiota: ellos no serían amigos. Porque a Gavin nadie lo jode y sale bien de eso.

Richard siempre le dedicaba esa mirada que luego veía en todos lados, como si esperará algo más de él. Gavin no sabía qué imagen extraña y distorsionada tenía de él en su cabeza, pero se encargaría de cambiarla.

Porque para Gavin tampoco eran fácil.

Conocer, dejar que lo conozcan. Las personas asumían quién era con solo verlo, pero ¿Puedes saber todo de una persona con solo mirar lo qué consume? ¿Por su postura? ¿Por su apariencia? Muy profundamente sabía que Richard creía que sí: desde que se vieron a los ojos por primera vez, sabía que él lo veía como un pobre e infeliz perro mojado.

Pero Gavin no era un perro mojado, no.

Esto sabe a mierda— dijo, tirando el resto del huevo quemado en la basura, —mejor pido delivery.

...

¿Me estás escuchando?— Richard le preguntó a Gavin. Estaban sentados enfrentados en el escritorio compartido, terminando de finalizar el papeleo de la semana.

Gavin, quien, por supuesto no había estado escuchando, asintió —Sí, sí—, sin dejar de ver la pantalla de la computadora.

—¿Entonces...?— Nines alzó sus cejas, esperando una respuesta.

—¿Puedes repetirme eso último...?— Gavin pidió, asomando su cabeza para ver la expresión de frustración de su compañero.

—Nuestro horario terminó— le recordó, acomodando los papeles sobre la mesa y dejándolos perfectamente apilados, —, y para ser sincero, te ves fatal, deberías ir a casa a descansar.

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