Día 11: Sweet tooth

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Hace 3 años, el 20 de noviembre, Foolish abrió su propia pastelería. Había sido su sueño desde que era un niño y descubrió su pasión por la repostería cuando su parte favorita del Día de Acción de Gracias era ayudar con el pay de nuez que su madre solía hacer. Ella había sido su mayor apoyo, comprándole utensilios de cocina, ingredientes, y probando todos los éxitos y fracasos que salían del horno. Por eso el lugar llevaba su nombre y había sido la primera en conocerlo.

Hace tres meses, el 16 de octubre, lo vio por primera vez. Sostenía un vaso de café de otro lugar y sus ojos, de un morado tan brillante que le recordaron a las amatistas, recorrieron el lugar como si fuera el tesoro al final del arcoiris.  

—¿Qué me recomiendas para una primera cita? —el hombre preguntó, contando algunas monedas sobre su mano. Cuando sus miradas se encontraron, su expresión cambió un poco a algo que Foolish no supo descifrar y sacudió levemente la cabeza—. Buenas tardes, por cierto. 

Quería creer que su estómago había cosquilleado tanto como el suyo cuando el verde y el morado se fundieron por primera vez, pero tal vez sólo había visto demasiadas películas románticas en su adolescencia. 

Después de hacerle algunas preguntas, terminó por recomendarle llevar dos tartaletas pequeñas: una con fresas y una con zarzamoras. El chico se despidió y Foolish no dejó de pensar en él en días. Se sentía ridículo porque probablemente era la única vez que lo vería, y seguramente comenzaría a salir formalmente con quien quiera que tuviera la cita ese día porque ese chico sería un idiota si lo dejaba ir. 

Lo visitó para comprar postres para dos citas más, siempre pidiendo sus recomendaciones. La segunda vez que lo vio, notó que tenía pecas que le recordaban a las constelaciones que solía ver en el cielo con su padre cuando era un niño y llevó un pastel pequeño de café. La tercera, notó que, o él o su cita eran aficionados de las fresas, porque siempre llevaba postres que las incluyeran. 

Tres semanas después, decidió hablarle y a veces, aún se avergüenza al recordar cómo pasó. El hombre apareció solo, como siempre, y pidió una rebanada de pay helado de limón. 

—¿Sólo una? —Foolish preguntó con curiosidad y cubrió su boca con su mano inmediatamente—. Estaba pensando en voz alta, perdón. Sé que no me incumbe. 

El hombre rió y negó suavemente con la cabeza. 

—No te preocupes. Sé que me hice la fama de siempre comprar cosas para dos —rascó su nuca y frunció la boca—. Esta vez sólo llevaré algo para mí. Creo que ya no voy a verlo, al chico con el que estaba saliendo —se encogió de hombros y fue como si un coro de ángeles cantara directamente en los oídos de Foolish. 

El dueño de la pastelería colocó la rebanada de pay en una caja de plástico con el logo del lugar. Incluyó una galleta con arándanos como cortesía de la casa y sintió mariposas bailar en su estómago cuando el hombre le sonrió y sus manos se rozaron un poco cuando se la entregó. 

Nunca regalaba cortesías, pero al hombre parecía gustarle el lugar y a él le gustaba verlo, así que quería darle un buen servicio para asegurar que regresara. Además, acababa de notar que cada vez pedía algo diferente, como si quisiera probar todo lo que Foolish ofrecía y quería facilitarle la experiencia. 

El hombre con constelaciones en el rostro probó los croissants, tres tipos diferentes de galletas y el pastel de chocolate antes de que todo cambiara entre ellos. Aunque, en realidad, había cambiado desde hace dos semanas, cuando el ojimorado llegaba más temprano y se quedaba entre 15 y 20 minutos platicando con Foolish con su pedido y su cortesía entre las manos, o guardados con cautela dentro de su mochila, se despedía como quien no quiere la cosa y partía a sus clases de media tarde. 

Like Daylight [Fooligetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora