CAPÍTULO I. LONDINIUM

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Era una tarde más fría y gris de lo normal en Londinium. De hecho, Alexéi Watson sentía que había una oscuridad fuera de lo ordinario cerniéndose sobre la ciudad. Caminaba sobre la acera húmeda tras largos días de tormenta, vestido con su gabardina de cuero y botas de estilo militar que siempre llamaban la atención de los peatones con los que se cruzaba. Sin embargo, aquel día, pocas eran las personas que paseaban por la calle Montes Altos, ya fuera por el viento helado que hacía que el cabello pelirrojo de Alex se alborotara o por esa oscuridad intangible cuyas vibras percibía con fuerza.

Alexéi Watson se detuvo frente al número 301-B, un edificio de ladrillos negros y ventanas de guillotina con un portón de metal color verde oscuro. Llamó a la puerta con el puño y, después de unos pocos segundos, le abrió el casero a quien había conocido en un café hacía dos semanas; su nombre era Nick Oderberg, un hombre bajito, casi calvo y con lentes en forma de media luna.

—Ah, Alex —exclamó el hombre con una sonrisa—. ¡Bienvenido! Pasa, pasa. Llegas justo a tiempo. Tu compañero de cuarto ya se encuentra por aquí.

Alex asintió con la cabeza y siguió al señor Oderberg por una escalera de madera hacia un segundo piso.

—¿Tuviste problemas en encontrar la calle? —preguntó el casero.

—No, en lo absoluto. Sólo el clima está horrible el día de hoy, temo que llueva.

—Estos días de tormenta no han sido de agrado para nadie, ¿no crees?

—No, pero para eso estoy aquí.

Llegaron a una puerta azul con el umbral semiabierto, pero, aún así, Nick Oderberg tocó con los nudillos y exclamó:

—¿Se encuentra aquí, señor Johnson? Traigo a su compañero de cuarto.

—¡Ah, sí! —se escuchó una voz ronca y melodiosa del otro lado—. Pasen, por favor.

Al abrir la puerta se encontraron delante de un estudio alfombrado y de tapiz marrón, con una pequeña sala con chimenea y una puerta al fondo que, como Alex dedujo al verla, conducía hacia los dormitorios. En la sala, sentado sobre un sofá verde, estaba un hombre gordo, de cabello negro y corto, sosteniendo un periódico con ambas manos, aunque su mirada se posaba sobre Alex y el casero, sonriéndole al verles llegar.

El hombre dobló el periódico, lo colocó sobre un buró que tenía al lado y se puso de pie.

—Alex, este es Jack Lewinson Johnson —indicó el señor Oderberg—. Johnson, él es Alexéi Watson Ulthar.

Johnson le estrechó la mano a Alex y dijo sin dejar de sonreír:

—Puedes llamarme nada más Johnson.

—Puedes llamarme Alex a mí. No soy un gran admirador de mi ascendencia del Gran País Rojo.

—Iré a prepararles un poco de té, ¿les parece? —anunció Nick Oderberg—. Dejaré que se conozcan mientras tanto.

El casero desapareció tras la puerta, dejándola semiabierta de nuevo.

—¿Proviene usted del Gran País Rojo? —preguntó Johnson, sentándose de nuevo sobre el sofá verde y haciendo ademán para que Alex tomara asiento sobre uno rojo que había delante de él.

—No, en lo absoluto —respondió Alex—. Mis padres nacieron aquí en Londinium, pero mis bisbuelos paternos provienen de una familia aristocrática del País Rojo, sin embargo se mudaron al País Azul y decidieron conservar el apellido Watson al nacionalizarse. Originalmente este era Wateriovich, pero con la conversión decidieron dejarlo en Watson. Curioso, ¿no?

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