Un grupo de personas se movía en forma de fila entre la nieve, haciéndose paso entre una ventisca cargada de violentos copos blancos y un suelo inestable y resbaloso. Los dos muchachos, llamados Lemke y Aurora, estaban al final de la línea, apenas pudiendo distinguir las siluetas de sus semejantes. Estas se fueron desvaneciendo poco a poco entre la nieve, hasta que no tuvieron más señales de ellas.
—¡Ya está! —dijo Lemke, enfurecido—. ¡Nos han dejado otra vez!
—¿Pero cómo...? —exclamó Aurora, casi sin voz—. ¿Cómo es posible eso? Es la tercera vez que se olvidan que estamos detrás de ellos, cerrando la fila.
—¡Pues será que no les importamos! —repuso Lemke, dándose media vuelta y echándose a andar entre la tormenta.
—¿A dónde vas? —le dijo Aurora.
—A buscar un refugio. ¡Ya estoy harto de ellos! ¡Ahora sí que nos han abandonado! ¿Vienes?
Aurora miró hacia adelante, con la esperanza de poder vislumbrar de nuevo a la fila de hombres y mujeres que habían seguido. Tras unos segundos de no ver nada más que un paisaje blanco y frío, siguió los pasos de Lemke, tomando un nuevo rumbo entre la nieve.
Avanzaron hasta llegar a un frondoso bosque que, a causa del follaje y los troncos, la tormenta se veía obstruida, dejando su camino en tranquilidad, con tan solo algunos copos cayendo de vez en cuando. Caminaron por un claro hasta arribar a una vieja y abandonada cabaña de madera que, a pesar del tormentoso clima, aún conservaba sus ventanas y techo.
—Debió pertenecer a algún cazador o leñador de la zona —dijo Lemke—. Vamos. Descansaremos ahí.
—¿No estará habitada?
—Lo más probable es que no. Todos abandonaron sus hogares en cuanto invadieron los bárbaros oscuros.
—Pero entonces... ¿No sería mejor buscar otro sitio? Quizá todavía haya bárbaros por aquí...
Lemke negó con la cabeza.
—Hasta donde tengo entendido la guerra ya se trasladó a otra zona y, aunque este sigue sin ser un sitio del todo seguro, tenemos algunos días de ventaja antes de que se movilicen las tropas de nuevo hacia acá. Estamos solos.
—¿Y eso es mejor? ¿Estaremos bien solos?
Lemke le sonrió de reojo.
—Ya verás que sí.
Al entrar en la cabaña comprobaron que, en efecto, estaba vacía; hallaron en la despensa pan viejo y seco que, a pesar de su textura, resulta comestible, también encontraron algo de agua y un sofá con varias capas de cobijas que lo cubrían. Descansaron sobre él y almorzaron el pan en silencio.
—Bueno —dijo Lemke una vez que terminaron, sacudiendo sus manos para deshacerse de las migajas—. Será mejor que descansemos. Quizá podamos quedarnos aquí un par de días, pero mientras tanto debemos de buscar una manera de llegar a un pueblo seguro. La Ciudadela de Darvir está a unos diez kilómetros al este, quizá podamos unirnos todavía al grupo de viajeros.
Aurora asintió y se acostó sobre el sofá, envolviéndose entre sus cobijas, mirando fijamente a Lemke.
—Iré a buscar otro sitio —exclamó él, poniéndose de pie.
—No —Aurora sostuvo la mano de Lemke, suplicando por su compañía—. Quédate, tengo mucho frío.
Lemke se mantuvo imóvil por un instante, sin poder apartar la mirada de los brillantes ojos de Aurora, sintiendo un frío escalofrío (que no era producto del frío) recorrer su cuerpo.
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Temporada de Sombras
FantasyUn antiguo mal, presente en Londinium desde hace tiempo, se ha levantado. Alexeí Watson, un mago inquisidor, siente como este se eleva más con cada día que pasa. Los seres feéricos están aterrados y criaturas que se creían abandonadas en las tinieb...