CAPÍTULO III. LO QUE EL FANTASMA PERDIÓ

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El mago por fin sacó su varita, apartando a un cangrejo que estaba por pellizcarle su bota con una patada.

—Lo siento, capitán —le dijo a Iker—. Pero me temo que esto regresará a los cangrejos al agua —. Seguido a eso, apuntó la varita hacia el suelo y gritó—. ¡Explosionem!

Los crustáceos salieron disparados hacia el aire, cayendo por la borda del barco e impactando uno por uno contra el agua, volviendo a su hogar. La sirena, sin embargo, continuaba merodeando por ahí, entonando un ligero lamento mientras le daba vueltas al buque.

—¡Haga algo! —gritó Iker a Alex, señalando con el dedo extendido hacia la criatura.

—Un momento —respondió el mago, manteniendo su varita firme entre sus manos, apuntando hacia el cielo, esperando a tener el ángulo perfecto para disparar. Una vez que la sirena se colocó en la posición que deseaba, exclamó—. ¡Sparkio!

Las chispas rojas impactaron contra el pecho de la sirena, que cayó de nuevo en el compartimento del buque soltando un grito agudo. Alex se precipitó sobre la plataforma y cayó justo al lado de la criatura que había quedado inconsciente tras el golpe. Invocó una cuerda que salió disparada desde la punta de su varita y la ató de nuevo, dejándola inmóvil. Entonces, conforme veía que se recuperaba de su ataque, el mago habló en una lengua que tanto Johnson como Iker desconocían, y la criatura lo miró con aire de comprensión. Después de intercambiar unas palabras en dicho dialecto, Alex hizo aparecer un cuchillo en su mano derecha y cortó sus ataduras.

—¿Qué está haciendo, Alex? —dijo Iker con enfado y sorpresa, pero ya era demasiado tarde. La sirena extendió sus alas emplumadas y emprendió el vuelo aunque, para sorpresa del capitán, no atacó ni hirió a nadie, perdiéndose en el aire después de unos segundos.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Johnson mientras ayudaba a Alex a subir de nuevo a la proa del barco—. ¿Qué le dijo?

—Mi presa principal parece haber estado en las aguas de Londinum y Holiand recientemente. Ha alterado a las sirenas con su presencia, pero ya le he dicho a nuestra amiga que no hay nada de qué preocuparse. Vamos por buen camino.

Iker le miró confundido, volteando su mirada hacia el cielo durante unos segundos para comprobar que la sirena no regresara para atacar.

—Eh... Sí, supongo —respondió—. ¿A dónde desea que le lleve esta vez? Que no sea muy lejos, eh.

—No, nada lejos. A Holiand, si no es mucha molestia.

—No, no es ninguna molestia. Zarpemos de una vez para llegar lo antes posible.

—¿Nos prestaría un par de camarotes por unas cuantas horas? Hemos tenido un día agitado y debemos recuperar fuerzas para cumplir nuestra misión.

Iker asintió y los envió hacia los camarotes del barco mientras su tripulación regresaba a la proa para poner el navío en marcha. Mientras avanzaban por un camino estrecho y tambaleante, Johnson le decía a Alex:

—Parecería como si en el momento en el que llega usted el capitán Iker pierde por completo su autoridad dentro del barco. Casi le estaba dando órdenes.

—Bueno... Es que el capitán Iker es un buen amigo mío. Aunque parece algo cascarrabias a simple vista, la verdad es que nunca me ha negado un aventón a alguna isla o ciudad cercana desde que colaboramos juntos para eliminar al Holiandés Errante. Él nos ayudó a mí y a mis camaradas a encontrarlo y, como podrá notarse, de vez en cuando me pide que le ayude con criaturas marinas hostiles.

—¡Vaya! Se nota que usted ha vivido muchas aventuras.

—Oh, sí. Y ya verá cuando lleguemos a nuestro destino. Capturar un fantasma es toda una odisea.

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