CAPÍTULO II. EXPEDICIÓN A HOLIAND

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Un ojáncana colgaba desde el borde superior de la ventana, mirando a ambos hombres con sus demoníacos ojos y una maliciosa sonrisa. Johnson se puso de pie, apartándose de su sofá y colocándose detrás de Alex.

—En efecto, Johnson —dijo este—. Hay un ojáncana en nuestro departamento.

—¡¿Pero qué espera?! —gritó Johnson—. ¡Haga algo!

En ese momento el ojáncana despedazó el ventanal de un puñetazo y entró precipitadamente en la sala, rugiendo y soltando saliva caliente sobre la alfombra.

—Tiene razón —dijo Alex—. Será mejor sacarlo de aquí.

El mago se puso de pie, sacó la varita de su gabardina y en seguida gritó:

¡Sparkio! —una explisón de chispas rojas salió disparada e impactó contra el pecho del ojáncana, impulsándolo hacia atrás y haciéndolo caer por el marco de la ventana, desapareciendo de su vista—. Nos vemos abajo —dijo Alex volviéndose hacia Johnson, para después correr hacia el alféizar, poniéndose de pie sobre él y agitando la varita diciendo—: ¡Explosionem!

Alex desapareció de la vista de Johnson, impulsado hacia el cielo. Unos segundos después lo vio reaparecer, bajando hacia la fachada de uno de los edificios para luego repetir el mismo hechizo que había conjurado antes de impactar contra la superficie, siendo impulsado de nuevo hacia adelante, descendiendo levemente y gritando ¡Explosionem! una vez más para después caer sin daño alguno sobre la calle.

Johnson se quedó perplejo por un instante. Sacudió su cabeza para deshacerse de la impresión que le había causado la hazaña del mago y se puso de inmediato de pie para salir del apartamento. Mientras bajaba por las escaleras se encontró con Oderberg.

—¿Qué pasa? —preguntó el casero—. ¿Qué es todo este escándalo?

—No hay tiempo para explicar. Usted quédese aquí —respondió Johnson, bajando por los últimos escalones que le hacían falta, abriendo la puerta del edificio y echándose a correr por la calle. Caía una ligera llovizna, aunque tuvo que pisar con cuidado para no resbalar. Vio entonces a Alex en el centro de un cruce peatonal, con la varita en mano y rodeado de ya no solo uno, sino cinco de ojáncanas, apartados por unos pocos metros

—¡Manténgase atrás, Johnson! —le ordenó—. He de admitir que no me esperaba esto.

Dos ojáncanas corrieron hacia él, impulsándose con manos y pies.

¡Explosionem! —gritó Alex, haciendo que ambas bestias salieran disparadas por el aire y cayeran sobre el lado opuesto de la calle. Dos más se acercaron hacia él, un poco temerosas de sufrir el mismo destino, pero el mago lanzó su rayo gélido y las dejó inmóviles. La última, haciendo caso omiso de Alex, se abalanzó sobre Johnson, sujetándolo con sus inmensas manos y abriendo la boca para devorarlo.

—¡AAAAAAAH! ¡ALEEEEX! —gritó Johnson.

Pero en cuanto el mago estaba por socorrerlo, las dos ojáncanas que había sacado volando regresaron velozmente para rematar, lanzándole golpes y tirándole mordidas.

¡Sparkio! —gritó. Las chispas que salieron disparadas de su varita lograron hacerlos retroceder y le dieron el tiempo suficiente para invocar su relámpago desde el cielo y azotarlo contra sus cuerpos, dejándolos chamuscados y repletos de quemaduras sobre el suelo, aunque sin matarlos.

Johnson, viendo imposible la ayuda de Alex, se retorció para alcanzar su revólver y, una vez teniéndolo en mano, apuntó hacia la boca del ojáncana en cuanto este estaba por cerrar su mandíbula sobre su cabeza. Dos fuertes explosiones retumbaron, seguidas de la caída del ojáncana, que sangraba sin cesar desde la nuca. Johnson se liberó de sus manos y corrió hacia el mago, colocándose a su lado.

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