CAPÍTULO XIII. EL CABALLO

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Tanto el ejército como Gunnar, Lady Charlotte, la cazadora y los dos compañeros de Alex contemplaron el cielo con asombro; los primeros preguntándose si el mago había invocado otro tipo de magia espectacular o si una nueva amenaza se avecinaba; sin embargo, los dos amigos del mago, sabían bien lo que comenzaba a moverse en la oscuridad del bosque, acercándose hacia el pequeño pueblo.

Alex no apartaba su mirada del pequeño brillo que se movía entre la oscuridad, avanzando lentamente hacia la luz de los faroles del pueblo nevado. Primero se escucharon las pisadas de unas herraduras de caballo, impactando lentamente contra la nieve; luego un sonido abismal proveniente del hocico del animal, revelándose poco a poco delante del mago. Sobre su montura estaba el Hada Roja, vestida con sus prendas escarlatas y armado con su cetro cuya punta todavía sostenía a la piedra filosofal. No tardó en llamar la atención de los otros dos guerreros, quienes la miraron como aquellos que observan un espeluznante espectro que no pertenece a la tierra o al Inframundo. Traía puesta todavía su capucha pero, gracias a la luz del poblado, Alex pudo distinguir una boca larga de dientes filosos y amarillentos, con labios pálidos que parecían estar cortados por la mitad.

—Alex... —exclamó de repente el ojáncana, con el aliento arrebatado por la aparición del jinete—. Ese es...

—Sí... —respondió Alex, sin cambiar de postura o expresión—. Es el Hada Roja.

El ser descendió de su caballo y, tras una breve pausa en la que permaneció inmóvil, se quitó la capucha. Reveló un rostro de piel blancogrisáceo, de complexión casi esquelética, ojos grandes y negros y una cabellera de color sangre, además de su larga boca que, en efecto, se encontraba partida a la mitad, más como si fueran dos que una sola.

—Sin proyecciones, ¿lo ves? —exclamó el Hada Roja, extendiendo sus brazos en señal de contemplación. Hablaba con una voz que se partía en eco, como si fuesen dos personas hablando a la vez, con sus voces intercaladas unas encima de otras—. No más trucos y sangre por el momento.

—¿Y qué vas a hacer entonces? —le respondió Alex, incrementando el tono de su voz, haciendo notar su enfado, provocado por la fatiga del largo viaje causado por los estragos cometidos por la criatura, la muerte de Elisa la cecaelia y el ataque al pueblo de Lady Charlotte—. ¿Vas a negociar tu rendición?

El Hada Roja soltó una risa metálica.

—Vengo a darles una última advertencia —respondió—. Déjenme a mí y a mis criaturas en paz, dejen de perseguirnos y matarnos. Lo que sucedió hoy fue un contraataque por las acciones de todos ustedes. Si nos dejan libres, esto no se repetirá.

—¡Tus ojáncanas atacaron mi aldea! —interrumpió Gunnar de repente—. ¿Cómo puede considerarse esto un contraataque?

—Mis ojáncanas atacaron porque han vivido bajo su sombra desde que las primeras comunidades de anjanas y ojáncanas se formaron. Ustedes vivieron alegremente en los bosques, construyeron pueblos y castillos, y obligaron a sus contrapartes a vivir en las montañas. Tan solo fueron a recuperar lo que les pertenecía.

—¡Eso no es cierto! ¡Sabes muy bien que no es...!

—Además, usted, mago, asesinó al pobre Kai-Kai Vilu a sangre fría. ¿Qué le diré a su hermano? ¿Que un simple mortal lo hizo pedazos? No fue una pelea justa, él solo quería proteger los mares y tú le arrebataste su sueño. ¿Tiene usted idea del caos que pudo haber provocado con eso? Dejar los mares desamparados y a la merced de los humanos.

—¡No menciones a los humanos! —reclamó Alex—. Si te dejamos ir, ¿qué harás con nosotros, eh? ¿Pondrás a todos esos seres en nuestra contra como lo hiciste con los ojáncanas?

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