CAPÍTULO VI. LOS VIAJES DE ALEX

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20 AÑOS ANTES

SUR DEL REINO DE DARVIR

Conforme Alex se acercaba percibía algo moribundo emanar desde el cuerpo del hombre sentado sobre el trono, aunque, a pesar de ello, no podía dejar de mirar el libro que tenía entre sus manos. Casi sin darse cuenta, estaba delante de él, descubriendo la razón por la que dicha situación le resultaba de lo más fúnebre. El cuerpo del hombre estaba carcomido por el tiempo, tan solo consistía de un esqueleto cubierto por una delgada membrana donde en antaño había piel, vestido por la túnica roja que había podido distinguir desde lejos.

—¡Mierda! —exclamó Alex, dando una fuerte pisotón al suelo, elevando una capa de polvo que llegó hasta su nariz, haciéndole estornudar—. Joder —maldijo de nuevo por la alergia que le había causado su propia molestia, limpiándose la nariz con la manga de su camisa de viaje. Tanto ella como el capote verde que le había comprado a un vendedor ambulante estaban sucias, desgarradas y malolientes a causa del arduo y osado viaje que había sido atravesar las Llanuras de Orcos, adentrarse en el Bosque de los Spriggan y escalar el Monte de Dak, y todo para llegar a ese mismo sitio: la Guarida del Viejo Emperador Vampiro, un antiguo gobernante de las viejas tierras de Darvir que había permanecido en el exilio tras ser derrotado tiempo atrás por un grupo de caballeros reales. Ahí era donde el mago debía de estar, en las fauces mismas de la guarida de un desolado vampiro, sin compañía pues sus camaradas estaban afuera, combatiendo a un grupo de ojáncanas que les habían emboscado durante su camino en el Monte de Dak.

—¿Cómo es que estás muerto? —volvió a decir Alex—. ¡No hay nada ni nadie aquí que pueda matarte!

—¿Y quién dijo que estaba muerto? —la fría voz del Emperador Vampiro resonó en forma de eco alrededor de Alex. Miró fijamente al cadáver mientras su corazón se aceleraba, notando dos pequeños brillos verdes que iluminaban el espacio vacío que habían dejado sus ojos tras descomponerse—. Debes ser demasiado estúpido como para venir hasta aquí.

—¿Qué? —Alex, por más que lo intentaba, no lograba mantener su varita firme. Le temblaba la muñeca y tuvo que sujetarla con ambas manos como si se tratase de una pistola para evitar que se le cayera—. ¿Qué...? ¿Qué has dicho? ¿E-eres el vampiro?

—Sí, niño —respondió la siniestra voz—. O al menos creo que lo era. Como podrás notar, mi cuerpo se ha hecho pedazos.

—Pero cómo... ¡Oye! ¡No soy un niño!

—Sí, sí, lo que digas, niño. Vete de aquí, ¿quieres? Necesito estar a solas.

—No me iré... Necesito... Necesito que me guíe en mi misión. He sido enviado para resolver un caso con un fantasma que se ha hecho imposible de controlar y dijeron que usted sabría cómo detenerlo.

—¿Ah, sí? ¿Un fantasma? ¿Y cuál sería este fantasma del que me hablas...? ¿Me repites tu nombre?

—S-soy Alex... Alex Watson. Se trata del Holiandés Errante. Necesitamos buscar una forma de vencerlo de una vez por todas.

—¿Necesitamos?

—Sí... Bueno... Tengo unos cuantos compañeros. Ellos están allá afuera combatiendo a un grupo de ojáncanas.

—Bien, pues no eres el único con problemas con fantasmas, ¿entiendes? ¿Cómo crees que terminé así? ¡Un Vampiro Emperador reducido a una forma inmaterial! ¡Qué deshonra! Mira, niño, perdí mi herencia, mi castillo, mis tierras, ¡y ahora mi cuerpo! ¡Más desdichado no podría uno ser!

—¿Pero qué fue lo que le ocurrió?

—¡No me interrumpas, mocoso! ¡Eso era a lo que iba! Resulta que un fantasma o espectro... sigo sin saber muy bien qué fue... Me vino a visitar un día. Y el desgraciado me engañó para que saliera a la plena luz del sol, destruyendo mi cuerpo al instante. Se burló y acto seguido se metió en mi guarida, robándose casi todos mis libros de nigromancia, haciéndolos volar por el aire hasta que no quedó ninguno más que éste que sostengo entre mis manos que alcancé a tomar antes de perder por completo la noción de mi cuerpo.

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